jueves, 18 de diciembre de 2008

Punset y sus viajes

Eduardo Punset, a primera vista, es un excéntrico. No meramente un personaje extravagante, sino un chalado. Nadie puede ser tan tranquilo. Ni siquiera tiene derecho a eso en medio de la tensión cotidiana de nuestras ciudades. Pero el tipo, que ni sabe dónde está porque no para de coger aviones (aunque no son esos los viajes que dan título al post), que no para de hacer esto y lo otro, no debe de pasar de las cuarenta pulsaciones por minuto, sin embargo, y, más que probablemente, resulta aletargado para el 80% de la población, diré a modo de ejemplo, madrileña, cuya neurosis impaciente impide soportar su parsimoniosa dialéctica.

Para mí es, como dice medio en broma medio en serio Andreu Buenafuente (o sea, como dice siempre las cosas importantes), un sabio. Esa paz que proyecta, propia de la vida retirada que cantara Fray Luis, justamente, procede de un interior en calma, donde se me ocurre que la inquietud más perversa podría ser una reflexión acerca del posible canibalismo de las eucariotas o si la soledad del hombre se puede parangonar con las de las estrellas en un universo en expansión, sobre fondo vacío. Claro, así cualquiera.

Pensaba haberme dedicado a anotar algunas de sus ideas más celebradas, al menos por mí, comenzando por El viaje a la felicidad, siguiendo por El viaje al amor y terminando por ¿Por qué somos como somos?, los tres libros que he leído de este divulgador científico genial, a veces histriónico gracias a un sentido del humor nada corriente. Son parte, los tres, de una biblioteca más amplia de publicaciones resultantes del programa Redes, de TVE2.

En lugar de eso, propongo media hora entretenida de entrevista en un programa de humor, donde discurre sobre la felicidad como ausencia de miedo, en la sala de espera de la felicidad, siempre y cuando se tenga alguna sensación de control sobre la propia vida; plantea la ausencia de dolor que define la belleza o la necesidad de emocionarse ma non troppo; trata sobre la soledad, la incapacidad de decidir racionalmente, el imposible cambio de opinión (que ya descubriera la Psicología social), versa acerca de la muerte y, curioso, sobre la adolescencia como enfermedad --pobres niños--, entre otras muchas cosas.



jueves, 11 de diciembre de 2008

Nadie conocía el perfume

Entre los muchos libros que voy releyendo en busca de un poema apropiado para que los niños aprendan de memoria o, simplemente, por el placer de hacerlo ahora que el tiempo no me oprime el pecho, he probado de nuevo el sabor del Diván del Tamarit.

Hace unos años asistí a una conferencia en que Carlos Cano explicaba la experiencia de poner música a un poemario como este en un disco de una sensibilidad admirable. Contaba, con mucha gracia, cómo concierto tras concierto se le acercaban sus fans sexagenarias, seguidoras de la copla más que de la poesía del granadino, para expresar lo inefable de la literatura mejor que cualquier crítico adusto, con estas palabras, aproximadamente: "Carlos --le decían--, no he entendido ni papa, pero qué bonito". Yo no podía evitar recordar a aquellas monjas del dieciséis, en trance por la audición incomprensible de los versos de Juan de Yepes, de San Juan.

Vale.




"Gacela del amor imprevisto" (Federico García Lorca; música: Carlos Cano; intérpretes: Ana Belén Solá y Pilar Alonso).

La cara oculta de oriente.

Con su novela Estupor y temblores, Amélie Nothomb nos introduce en el Japón empresarial del que, aunque me interesa menos, hay un eco autobiográfico en la novela. El título, que remite a la actitud que debe mantenerse en presencia del Emperador, sintetiza el tema de la obra. Sobre todo el estupor (al fin y al cabo, los temblores son a lo sumo su corolario, si es que no el humor).

Podredumbre empresarial, envidias, zancadillas, arbitrariedad, existen en todas partes. El choque cultural no se halla en la diversidad de sentimientos o conductas, sino en su motivación. A igual estímulo, divergentes reacciones aquí y allá.

Excesiva la dureza de la bronca del gordo a Fubuki, la ninfa que enamora a Amélie (el personaje), violación simbólica sin duda reproducida centenares de veces en la cultura occidental, pero inmensa tolerancia y sumisión niponas por parte de esta; paradójica prohibición de hablar el idioma que ha llevado a la joven a ocupar un puesto en la multinacional, contradictoria caída laboral por un trabajo bien hecho a iniciativa propia, más o menos; terrible frustración femenina en el país, incluso en caso de éxito profesional; curiosas protestas ante la injusticia que repercuten en el beneficio de la madre empresa: Todo esto y algo más, en un par de horas de lectura amena. No está mal, aunque me costó regalar a cambio La especie elegida.

Vale.

Firmin



Firmin da nombre a dos grandes personajes literarios. El de la novela de Lowry ya mencionada en este blog y la rata humana, demasiado humana, del libro de Sam Savage.


Despierta a la vida consciente el animalillo nacido, por uno de esos azares de la madre naturaleza, en una librería del Boston de los años 60, por devorar no solo en sentido literal los libros del establecimiento. Este ser sabio y frustrado por la imposibilidad de formar parte de la comunidad cultural a la que pertenece pero, a un tiempo, capaz de renunciar a su instinto sin ignorar su condición, pese a cierto zoofílico interés por las hembras descocadas de la especie humana con la fascinación por el cine de telón de fondo, conduce a reflexiones más o menos profundas sobre el ser humano entre guiño y guiño al lector, siempre con la sonrisa en los labios.


Vale.
P.S.: Las divertidas ilustraciones que incluye la edición de Seix Barral son de Fernando Krahn. La más que aceptable traducción, de Ramón Buenaventura.

martes, 25 de noviembre de 2008

Todo vale

Merece la pena leer este artículo de Juan José Millás.

Juan Goytisolo


Con motivo de la sobradamente merecida concesión del Premio Nacional de Literatura a mi admirado Juan Goytisolo, recibido por su parte con un pasotismo sorprendido y sincero, exclusivo de quien está de vuelta, otro punto a favor, me gustaría poder glosar Makbara, Reivindicación del conde don Julián, Paisaje después de la batalla, Juegos de manos, Las semanas del jardín, Las virtudes del pájaro solitario o varios de sus ensayos, autobiográficos o no. Por fortuna (en el sentido ambiguo del término), no me veo capaz más que de decir dos o tres patochadas. Lo he olvidado casi todo. No sé si dar gracias a la memoria fallida por la posibilidad abierta al goce de nuevas lecturas o si maldecir mi suerte. Baste con mi felicitación y con mi reivindicación de la reivindicación de Juan Goytisolo.

Vale



P.S.: Goytisolo me ha gustado siempre mucho, pero lo he estudiado poco. Para ver fisuras, como siempre, la peor novela: Carajicomedia, en este caso. Ahí se le ve el truco.


domingo, 23 de noviembre de 2008

La niña y el buitre

La niña y el buitre puede parecer el título de una fábula. En cierto modo, lo es. Lo que no está tan claro es qué moraleja se ha de extraer.





En 1993, Kevin Carter, uno de los mejores fotógrafos de lo atroz, esperó --se concreta de manera invariable que unos veinte minutos-- hasta que el buitre entrara en plano y desplegara sus alas (aunque no lo hizo), para efectuar el disparo y cristalizar el momento. Se lo sirvió a quienes nunca soportaríamos haber estado allí. Algo más de un año después, se suicidó dejando atrás una desconcertante nota sobre el dolor del mundo.

El debate generado hace algo más de quince años, cuando le fue concedido el premio Pulitzer por la espeluznante imagen de que hablamos, quizá lo marcara. La incidencia de la muerte de otro miembro del Grupo Bang-Bang, su amigo Ken, en un lugar donde bien pudo haber estado él mismo --y quizá deseara haber estado--, unida al consumo de drogas de todo tipo que lo fueron deshaciendo y al establecimiento democrático de Mandela --con el corolario del fin de la violencia--, entre otros asuntillos de índole personal, hicieron el resto.

No me interesa en absoluto saber si ayudó o no a la niña, con mucho, la cuestión más demandada. Carter no estaba ahí para eso. Nosotros ni siquiera estábamos y, sin embargo, formamos parte de ese menos del veinte por ciento de la población que consume casi el noventa por ciento de los recursos del planeta. Reconocemos las desigualdades y nos consolamos con la existencia, como se decía en la Teología de la liberación, de estructuras de pecado de las que no nos sentimos responsables. Se acusó e imprecó al periodista por la espera macabra, se dijo que al otro lado del objetivo había otro buitre, pero ¿quién es el carroñero?

No se comprende con facilidad, me temo, que la fotografía no es el mundo, como no lo es un dibujo o una novela. Es solo su representación. Una representación artística de la realidad, que conmueve, suscita la reflexión y, como muchos de los trabajos de Carter, puede promover actuaciones globales. Cualquier valoración moral sobre el autor está de más y, en este caso, por si no bastase, me parece que el juicio yerra. La distancia. Esa es la clave para entenderlo. También Valle era distante, y Cervantes. La realidad que nos ofrecen... perdón: la representación de la realidad que nos ofrecen resulta, por lo menos, de la misma crudeza.

Vale.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Un título para el blog

No es fácil poner un título antes de escribir. No se sabe por qué derroteros deambulará cada post, si se orientarán a un mismo fin o si, por el contrario, desaparecerá toda coherencia a las primeras de cambio. Primero se trabaja; el título llega luego, por aquello de que los últimos... etcétera.

Han caído los dos es una canción excepcional. No representa, sin embargo, lo que aquí va. Acepto sugerencias.

He considerado "Tranquilación", que me hace gracia --soy así de simple-- y "Mi cerebro es una rosa", de un poema desgarrador de Panero sobre el que escribí unos propios hace años, que ya quedan demasiado lejos de quien soy (no hablaban de lo mismo, lo digo por las dudas).

Después de tanto andar muriendo, me he decantado, también de manera provisional, por En la línea de sombra. La novela de Conrad, ahí está. Esa edad en la que si no se decide la vida que se pretende llevar, la vida lo termina decidiendo a uno, sobre mí desde hace demasiado tiempo. Pero este no es un blog íntimo ni se debe esperar confesiones personales más allá de lo que dice de uno lo que piensa sobre este o aquel libro, sobre este o aquel autor. Todavía me resta decoro.

Vale.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Vicky, Cristina, Barcelona

No es seguramente la mejor película de Woody Allen, pero Vicky, Cristina, Barcelona, logra su objetivo: que se hable de infidelidad, de tríos, de sexo, de amor... De lo que no se habla con tanta sencillez es del tema de la película: la infelicidad, la insatisfacción, la frustración, como se prefiera llamar. Al menos no giraron alrededor de ese asunto la conversación ni las impresiones de mis acompañantes. Pero es el tema.

Vicky, por cobardía --qué malo vivir con miedo--, será infeliz. Aceptará su vida rutinaria, y penará pensando en lo que pudo ser y no será. Cristina, por imperio del tedio producido por su insaciable apetito de experiencias, otro tanto, pues no halla su lugar, arrastrada en una espiral sin rumbo.

Si la búsqueda frustrada o el miedo que atenaza y la aborta son las opciones, el panorama no puede resultar menos halagüeño.

Mejores explicaciones, en comentarios, por favor.

Vale.



Giulia y los Tellarini, banda sonora underground de la película, para leer con música de fondo.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La polémica cúpula o la política en el arte.

El arte de la política es una cosa. La política a secas, otra bien distinta. El arte, desde luego. Este no es un lugar para debatir ideas polémicas; la política lo es, ya que atañe más que fundamental, exclusivamente al ámbito emocional. Esta incursión, que no lo es tanto, solo se aproxima al tema para constatar la esterilidad de la intervención política en el arte. En el Arte, en realidad.

He podido leer por ahí que solo tres o quizá cuatro artistas en el mundo podrían haber acometido una tarea como la que acaba de culminar Barceló ya que el espacio, abrumador, supera las posibilidades de casi cualquiera. El arte de Barceló ya resulta, de suyo, discutido, pero que se pretenda so pretexto de alguna bobada reprobar al ministro Moratinos, siempre en el ojo del huracán, constituye un exceso más de ciertos mequetrefes.

La cúpula me parece espléndida. El coste, con ser mucho para una economía doméstica, no supone un gasto desmesurado en otros términos, menos aún si se considera el resultado y su perdurabilidad. Bastaría que este señor hubiera escayolado el techo de cualquier estudio de mala muerte para que por su sola intervención su precio de mercado ascendiera a ese montante.

También en Mallorca se armó la gorda con su famoso tríptico (realizado de una pieza, curiosamente). No sólo es más visitado y conocido que cualquiera de los gaudís de la catedral, sino que supone su sello de identidad. También el tríptico me parece magnífico, lo mejor de ese interior sombrío que solo con dificultad puede transmutar el recogimiento --qué eufemismo-- en devoción salvífica.

Vale.





domingo, 16 de noviembre de 2008

La crisis, con humor



Leopoldo Abadia en "Buenafuente"

Del pensamiento analógico


Cualquier tipo de aprendizaje nos enfrenta siempre al dilema de aventurarse en lo por el momento desconocido, lo cual no deja de producir cierta inquietud. Alguien puede mostrarnos la puerta, abrirla, incluso, pero quien debe trasponer el umbral es el quien aprende. No se me ocurre mejor imagen de esta metáfora que la foto de un gran artista español, que ha logrado revitalizar el concepto, el ingenio, al lado del sueño, la imaginación, el surrealismo. Me refiero al conocido arco de Chema Madoz, que va sobre estas líneas.

Lecturas juveniles

Quizá mi hora resultara temprana y nunca he sido demasiado convencional con los libros que me interesaban, o eso me ha parecido de cuando en cuando, pero yo leía otras cosas a los doce o catorce años que La tejedora de la muerte, un bodrio cuya lectura se encomienda a los nenes de algunos institutos, por lo que sé, de Madrid. Hacia la página treinta, ya se adivina el final. ¿Qué más se puede decir en detrimento de una novela de misterio, con afanes de género de terror?

Yo volvería a los de siempre. Pero no está en mi mano.

Los girasoles ciegos: la peli

Fui a ver Los girasoles ciegos, la película, aun a riesgo de que me decepcionara. El director no me ha terminado nunca de convencer --salvo en La lengua de las mariposas, gracias, en buena medida, a Fernán Gómez--, pero la intervención del último Azcona fue incentivo suficiente sobre una ya extraordinaria base en el libro de Méndez.

Me decepcionó. Era de esperar.

Trata dos de las historias, lo cual es más que suficiente en algún sentido. Sin embargo, pese a Javier Cámara y Maribel Verdú, que no están mal, la interpretación cojea cada vez que aparece en pantalla el actor que hace de cura, cuyo nombre no me interesa recordar, además de que no lo hago de manera espontánea. Curioso lo que flojea una largometraje de tantas pretensiones como para emplear uno de los versos de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora: "infame turba de nocturnas aves", queda escrito en la gruta donde se ha cobijado la pareja huida, como si fuera la del cíclope. De poco sirve si no es para marcar la distancia entre lo que pudo ser y no fue y lo que finalmente ha sido. Dejemos descansar las letras de una de las mejores obras de la literatura española y olvidemos la película, gracias a la cual, no obstante, se ha vendido un poco más, como siempre.

Vale.

jueves, 13 de noviembre de 2008

El mundo en guerra

Últimamente no salgo de la guerra. Acabo de terminar de ver las 26 horas del documental más conocido sobre Hitler y otros demonios. Después de poner los ojos por un instante en algunos miles de los varios millones de cadáveres que produjo el conflicto, me ha llamado la atención una anécdota que condensa como pocas el sinsentido de lo sucedido o, al menos, de parte de lo sucedido. En un momento determinado, muy avanzada la guerra, un soldado inglés relata cómo se ve superado por la situación al no hallar modo de explicar a un ermitaño que se lo demanda que los americanos luchen en Italia contra los alemanes y que haya italianos en los dos bandos.






sábado, 20 de septiembre de 2008

De minotauros y otras perversiones de sentido.

Uno de los asuntos más curiosos de la Historia de la humanidad son las carreras de destino coincidente. Normalmente, recordamos solo los que cruzaron primero la línea de meta: Marconi, Darwin, etc. Hay casos verdaderamente insólitos, como el de Srinavasa Ramanujan, un matemático indio que desarrolló, a partir de un libro elemental de matemáticas, cientos de teoremas que, por desgracia, ya se conocían.

En literatura, esa investigación paralela en los mismos problemas, da lugar en ocasiones a relatos simultáneos de notable parecido. No me refiero a plagios ni a homenajes, parodias, subversiones, o metáforas. De esos me ocuparé algún día.

Los reyes, una obra primeriza y poco conocida de Julio Cortázar, aborda el mito de Teseo y el Minotauro. Pero lo invierte. Tantos son los matices entre el héroe y el monstruo, que no debe seguirse la identidad respectiva de aquellos. Por los mismos días, la primera persona narrativa de "La casa de Asterión" borgiana proporciona el punto de vista del híbrido, mientras reinterpreta la fábula clásica.

La influencia de la tradición no cesa, por fortuna. Poetas jóvenes como Carmen Jodra (dejo una muestra de su poesía aquí, recomendando la lectura de Las moras agraces) o Álvaro Tato (Libro de Uroboros), tratan de un modo u otro estas referencias.

Y qué decir de Augusto Monterrosso:

La tela de Penélope o quién engaña a quién


Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada
.



Vale

Mis queridos recaudadores

Del mismo modo que la ciencia ha vislumbrado la existencia de un vínculo entre el ejercicio de la medicina y la música, plasmado incluso en múltiples paradigmas cinematográficos de doctor melómano e instrumentista virtuoso, excepción hecha de series españolas, por supuesto, que no reparan en detallejos así, he logrado establecer una conexión insólita, no por nunca antes detectada basada en argumentos menos fehacientes: La que se produce entre las letras y el sano quehacer de la recaudación de impuestos.

Conocido es el caso de Cervantes, quien, por un tiempo, se mantuvo merced a la recogida de alcábalas y cuyo celo profesional (denostado por interesadillos maledicientes que lo acusaron de cobros abusivos y malversación) y, finalmente, la desaparición de unos miles de maravedíes que pasaron por dos millones y que no pudo reponer, dieron con sus huesos en la cárcel donde se gestó el Quijote. Para más datos, recomiendo la biografía de Jean Canavaggio, titulada --oh, sorpresa-- Cervantes. ¿Para qué más?

Otro tanto puede decirse de Mateo Alemán. Aunque casi olvidado en nuestro tiempo, se trata del autor de Guzmán de Alfarache, nada menos que el best seller del siglo XVII, en pugna directa con El Ingenioso Hidalgo de La Mancha, y novela picaresca por excelencia. Pues bien, este señor, entre otras cosas, se dedicó al difícil arte de la colecta pública. No recuerdo si por este u otro motivo, hubo de padecer también prisión por deudas, con lo que no quiero decir que se dé un nexo entre la trena y la literatura. No hoy. Hoy nos ceñiremos a lo anunciado, a la identidad subjetiva entre las letras y el Fisco. Y basta, que va largo.

La prueba irrefutable apareció donde menos se esperaba: en la sonriente confesión de otro creador sin par, mi querido recaudador de rentas, Juan Rulfo. Se ha atribuido a su modestia, a su humildad y timidez que no se prodigara en entrevistas; no seré yo quien sospeche que subyace en él el deseo de no dar indicios acerca de la dedicación, aunque transitoria, imprescindible para cualquier literato que se precie, a tal menester, pues no está en mi naturaleza la desconfianza. O tal vez sí. Sea por una u otra causa, lo cierto es que el autor no concedía demasiadas. Una de las pocas que me constan (dos, en realidad, en nuestro país), la realiza Soler Serrano en el programa [entrevista] A fondo, que conducía allá por 1977.

A diferencia de su obra, no creo que Rulfo, la persona, despierte pasiones incontenibles. No es uno de los Beatles, vamos. Extremadamente parco en palabras, apocado, sumido en el intenso dolor que le ocasiona el parto de casi cualquier idea lúcida, la llamada a los labios de cualquier recuerdo, mueve menos a admiración que a compadecerlo, como si más que a su modestia, humildad o timidez, casi siempre evocadas por el intérprete de turno, le superara la situación de haber escrito una de las dos o quizá tres mejores novelas de la Historia en castellano, por no hablar de sus cuentos. Acaso por eso traspuso el umbral del silencio, por no poder llegarse. ¿A quién no le produciría una sensación de muerte en vida?

A pesar de ello, dejó algún diamante en la conversación, como el que generó el post, entre la "bola de cosas" a que dice haberse dedicado. Durante la guerra, por ejemplo, se ocupaba de la tripulación de los barcos alemanes e italianos que arribaron a no sé qué puerto de México. Los barcos se confiscaron y pasaron a engrosar la flota autóctona. Al parecer, las tripulaciones del país estaban tan altamente cualificadas para gobernar estas modernas máquinas, que al poco se hundieron dos de ellas al explotarles las calderas por una manipulación inadecuada. El Gobierno aseguró que fueron torpedeados por submarinos nazis.

Otra cosa nos dejó. Pedro Páramo es, por algo, la novela que más veces he leído; las tres primeras, por lo menos, solo para entenderla. Hace años que no vago por sus páginas. Ahora que he cambiado de vida, noto que se cierne la próxima, la penúltima, como las copas.

También nos dejó un disco en el que leía uno de sus cuentos. Lo que dice Juan Luis Panero sobre la grabación, mejor lo escucháis vosotros mismos. Parece que se vendió bastante bien. Por entonces, se compraban estas cosas. Ahora, y lo advierto sin nostalgias, mientras que los pezones de Jennifer Aniston o cualquier bobada de Paris Hilton concitan en Youtube miles o cientos de miles de visitas, las cuatrocientas y pico de "No oyes ladrar a los perros" no pasan de testimoniales. Aquí lo pongo, y vale:





P.S.: La foto es del propio Rulfo.

P.S. núm. 2: ¿Qué hacemos entonces con un caso tan deprimente como el de nuestro ínclito literato José Mari Aznar, funcionario de pro, y por más señas de Hacienda? Quizá los cimientos de mi argumentación no estén tan sólidamente construidos como para este tipo de perturbaciones.

Blade Runner

Anoche vi esta película por primera vez en --no sé-- quizá quince años. Sorprenden ahora varias cosas. La primera, que fumen. Sé que resulta ridículo, pero ahora no fuma nadie en las películas americanas. O solo los malos, en el peor de los casos. Otra, el doblaje: que si bled runer, que si blaid runer... Uno no sabe al final cómo se titula. Eran los tiempos de los yedis, que no yedáis, de Darz Vader, que no Veider. Pero lo más llamativo es la absoluta inexistencia de teléfonos móviles en el año 2019. Supongo que, a juzgar por la tecnología que ahí se presenta, como consecuencia de un cataclismo comunicativo a escala mundial. ¿Y qué decir de Internet? ¿Y qué os parecen los monitores que se usaban, con esos botones giratorios tan modernos? En algún momento me pareció, incluso, que las fotos eran las míticas polaroids, pero estaba equivocado. Qué pena. Era un resto atávico digno de figurar.

P.S.: Para los friquis, otro argumento de que el prota es un replicante: A los motivos aducidos en la Wikipedia --alguno definitivo--, añadiría la sombra de duda en que nos sume la pregunta de Rachel sobre si se ha aplicado alguna vez la máquina a sí mismo, que parece fruto de una sospecha, o quizá no, pero que de cualquier forma queda en el aire.

jueves, 18 de septiembre de 2008

¿Qué habrá fumado este tipo?

Señor que no conoce la luna es una novela que no deja indiferente. Evelio Rosero comenta en una entrevista que se fragua a partir de la primera frase, anotada en una servilleta (de bar, con unas copas, se diría). Años después, con el paso del yo al nosotros, quedó perfilada la idea. Para que se perciba de qué hablamos, anoto el párrafo de marras:

"Es cierto que esta casa es inmensa. Pero nosotros somos demasiados. Pues que para todos quepan dentro de la casa, hace falta que haya uno, por lo menos, metido dentro del armario".





Nada tiene que ver con la canción de Raffaella Carrà, y la cosa no queda ahí. Tiene lugar la acción en un mundo escindido entre vestidos y desnudos, esclavizados, torturados, asesinados por aquellos, que conocemos desde la voz y la mirada privilegiada de uno de estos, el único rebelde. Los desnudos, aderezados con un curioso hermafroditismo que evoca el mito del andrógino, son, aunque ambiguos en el terreno sexual, desconocedores de su posible superioridad fisiológica, acerca de la cual medita el narrador. Canibalismo, martirio, violación, celos y ejecuciones, desarrollados en medio de una asfixiante promiscuidad en todos los ámbitos --y decididamente, en el terreno verbal--, sazonan, entre otros motivos de fondo, la novela, cuyo tema, sin embargo, es la libertad, la libertad proporcionada por la rebeldía de quien sabe decir "no" a cuanto le rodea (y léase, quien no me crea, El hombre rebelde de Camus). En el extremo, el precio de la rebeldía es la muerte, la propia muerte elegida por uno mismo. Ante la muerte, todos iguales.



Mención aparte merecen los grabados y dibujos, cuyos lemas en espejo constituyen un entretenimiento adicional y una invitación más a la reflexión desde lugares alguna vez comunes, casi siempre insólitos, al vincularse al texto. En este, la letra reza: "Nemini parco q viuit i orbe". Figura en la portada (o primera página interior, no recuerdo) del Libro del Cordial (1494), obra anónima traducida por Gonzalo García de Santamaría, de donde procede también el primer grabado aquí puesto. Hay edición moderna de este libro, pero sigue siendo curioso leer la descripción del incunable que hace Fray Francisco Méndez en su Typographia española (1796).

Vale.

Mendoza irreverente.

Poco que decir de la última novela de Eduardo Mendoza, El asombroso viaje de Pomponio Flato. Se encuentra en la veta cómica del autor, en la estela de la trilogía del loco o de Sin noticias de Gurb, ahora un punto más irreverente, pues raya en todo momento en la blasfemia. Me ha divertido menos que las otras, pero entretiene.

Vale.

martes, 2 de septiembre de 2008

¿Una cuestión de género?

Comenta Rodrigo Fresán en las "Efemérides" con que concluye su Historia argentina que a pesar de que se lo preguntan una y otra vez, sigue sin poder responder a quienes, preocupados, pretenden saber si el libro en cuestión es:
a) Un libro de cuentos
b) Una novela
Y añade: "Todo parece indicar [...] que la opción correcta es c)."

Aunque lo que importa es más bien que sin ninguna duda se trata de una obra literaria de altísimo nivel, y aunque comparto la falta de preocupación del autor por este tema, nos hallamos, claro, en lados opuestos de la misma ladera. Él escribe. Yo, como mucho, escribo sobre lo que escribe. Y como percibo, además, que se trata de una tendencia, me gustaría poder explicarlo. Solo he leído otro libro de Fresán, y se encuentra también situado en la opción c). Se trata de La velocidad de las cosas. Pero no me refiero solo a la literatura que hace el del irrealismo lógico y la teoría del glaciar, sino que sigue la estela, por ejemplo, Prisión perpetua, de Ricardo Piglia; desde luego, la intertextualidad (o intratextualidad) de Roberto Bolaño, está fuera de discusión, pero parece que no llega a condicionar el género de Llamadas telefónicas o Putas asesinas, pongo por caso; e, incluso, aunque la autonomía de sus partes me parece mayor que la que hallamos en Historia argentina, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, tiene algo de esto, en la dirección en que puede haberlo en Kundera (El libro de los amores ridículos).

Para mí, Historia argentina, es una novela. Una gran novela. Algunos de sus relatos, los primeros, sobre todo, gozan de mayor independencia que otros, pero todos disponen de una interpretación más profunda y armónica si se conciben como parte de la totalidad, allá donde el juego entre vida y ficción se divide en una decena de planos paralelos de diferente entidad, sustancialmente en manos de un narrador principal más o menos implícito, según los casos, o delirantemente explícito en algunos.

Quizá no baste que, como he hecho alguna vez de manera apresurada, se achaque esta fragmentariedad de la novela, este carácter plural o pluriforme del género a la Posmodernidad del zapeo y de internet. Seguro que algo de esto hay de fondo, pero incluso con una concepción del mundo tan estúpida, se pueden sostener extraordinarias creaciones. Para muestra, un botón.




No pienses en una gaviota

El libro de George Lakoff, No pienses en un elefante (2007 [2004]) dejando de lado algunos aspectos menores, como los defectos de estilo de redacción o las abundantes repeticiones, es un buen punto de partida para explicar, por extensión, la situación política española. La tesis que se sostiene sugiere que el debate político estadounidense se basa en conceptos procedentes de los marcos creados por los think tanks del partido republicano. En buena medida, muchos de tales marbetes han pasado a nuestro país, como el del alivio fiscal. No basta negar el marco, puesto que la negación misma lo implica; tampoco resulta posible oponerlo a los hechos, porque se ha demostrado que el marco se sobrepone. No se trata de una cuestión que involucre a la verdad, sino a la identidad. El trasvase de la identidad personal a la identidad política se produce a partir de la noción de padre estricto, tan dudosamente eficaz en la educación de los hijos, con la mediación de la metáfora de la nación como familia.

De ahí que la única propuesta aceptable consista en el cambio de marco de referencia a partir de los valores de los progresistas, que, a su entender, constituyen los verdaderos valores tradicionales americanos. En muchos casos, son los valores del género humano: la libertad, la pluralidad, la tolerancia, la igualdad, la salud pública y la educación para todos como corolarios de la solidaridad…

Una lectura del libro con la vista puesta en el caso español puede ser esclarecedora de algunas de las estrategias que hemos padecido en los últimos años. Dejando al margen el intento de estereotipación de Zapatero como un “bobo solemne”, hijo de un buenismo idiota, que forma parte de su noción de la madre en los valores de la familia de padre estricto, me preocupa el asunto de la guerra civil cultural, que aquí llamamos más bien crispación política, puede que dentro del marco establecido por el PP, que persigue dicho modelo. Me preocupa porque revive en el discurso del ala más dura el afán de justificar la historia reescribiéndola, para sostener la división de la sociedad, con lo delicado que es el temita en España, por no tratar de que pretende infundir miedo, como tan bien explicó Michael Moore en una de sus pelis, Farenheit 9/11, otro factor que beneficia la activación del patrón conservador de padre estricto en el común de los mortales. Qué mal se vive con miedo. Y estos señores pretender recuperarlo, mantenerlo y potenciarlo.

Mejor haz esto: No pienses en el puño y la rosa durante un minuto. A ver si eres capaz.

domingo, 31 de agosto de 2008

Sobre un par de ilustres borrachos

Decía García Márquez que por más que leía y releía la obra de Lowry, no le hallaba las costuras. Tanta perfección encontraba. No en vano es una tarea de más de diez años. Resulta evidente que Malcolm no andaba bien de la azotea, no quiero aventurar razón alguna. También el Museo de Macedonio Fernández se produjo a lo largo de un período demasiado prolongado para el gusto del autor actual, productor de un libro al año (acaso salvo los del tipo de Méndez y sus girasoles; quiero decir, los escritores tardíos, bien armados de paciencia), pero capaz, sin embargo, o precisamente por eso, de avivar la literatura argentina, según Piglia, y este no es un juicio que deba dejarse correr. Eludiré aquí los paralelismos entre el nacimiento de Tristram y el de la novela de Macedonio, pero quiero poner sobre el tapete que las novelas de borrachos, sus similitudes formales y el carácter de sus personajes, por lo general, me fascinan. Con novelas de borrachos me refiero mucho menos a Bukowski que a Moscú-Petushki, de Venedikt Erofeev, para que nos entendamos.

En el caso de Bajo el volcán, las visiones delirantes de Firmin, aunque no solo ellas, dan lugar a algunos de los mejores monólogos interiores, a algunas de las mejores transiciones, de que he podido disfrutar. Por lo que respecta a la obra de Erofeev, toda ella transcurre en una nube etílica sin parangón, que devuelve al protagonista al concluir la novela al origen y no al destino del periplo emprendido sin que el lector adivine una sola fisura en ese fabuloso continuum, como en la transformación de cierto observador en axolotl.

Tracy Emin o el arte que se me escapa


En la línea que abriera Marcel Duchamp con su conocida "Fuente", la tal Tracy Emin presenta su "Cama deshecha" (1998) como arte encontrado, o cosa semejante. Perdonen la ignorancia, por no decir la estupefacción, que abre este blog. Creía que desde principios del siglo XX, el Arte, con mayúscula, había rodado lo suficiente como para ofrecer mejor rostro que sábanas sucias, tampones y ropa interior usados, condones tirados por ahí y demás. Duchamp sorprendió y, con su ingenio, abrió vetas desconocidas hasta entonces.
Emin me recuerda aquella performance de no sé qué grupo rompedor que, contra lo establecido por la convenciones sociales, decidió presentar su obra en cueros; sí, señor, en pelota picada... pero ni eso: Quizá les pareciera más provocador mantener ocultas las partes pudendas y recibir al personal en seductores --o no tanto-- calzoncillos, o más bien que por no ser, ni rupturistas. He aquí la historia. ¿Pero de qué me habría de escandalizar a estas alturas si cada vez que me acerco al mar ando en porras por la playa, si veo Madrid desde el palomar con el tibio solete dándome en el culo al vivo? Es la provocación que no provoca, el ingenio sin ingenio o su exacerbación estúpida y manida --uno de los casos refutables, que diría Marina--. Pero tontos esféricos, o sea, tontos los mires por donde los mires, hay por doquier, recuérdese que su número es infinito. El menda que soltó --y eso sí me resulta provocador-- 240.000$ por esta maravillosa demostración de la personalidad de la autora que figura en la foto, pongo por caso. O los que se paran veinte minutos con gesto adusto delante de un cuadro de Malevich, o sumamente interesados por cuatro brochazos de Rothko.