"Es cierto que esta casa es inmensa. Pero nosotros somos demasiados. Pues que para todos quepan dentro de la casa, hace falta que haya uno, por lo menos, metido dentro del armario".
Nada tiene que ver con la canción de Raffaella Carrà, y la cosa no queda ahí. Tiene lugar la acción en un mundo escindido entre vestidos y desnudos, esclavizados, torturados, asesinados por aquellos, que conocemos desde la voz y la mirada privilegiada de uno de estos, el único rebelde. Los desnudos, aderezados con un curioso hermafroditismo que evoca el mito del andrógino, son, aunque ambiguos en el terreno sexual, desconocedores de su posible superioridad fisiológica, acerca de la cual medita el narrador. Canibalismo, martirio, violación, celos y ejecuciones, desarrollados en medio de una asfixiante promiscuidad en todos los ámbitos --y decididamente, en el terreno verbal--, sazonan, entre otros motivos de fondo, la novela, cuyo tema, sin embargo, es la libertad, la libertad proporcionada por la rebeldía de quien sabe decir "no" a cuanto le rodea (y léase, quien no me crea, El hombre rebelde de Camus). En el extremo, el precio de la rebeldía es la muerte, la propia muerte elegida por uno mismo. Ante la muerte, todos iguales.
Mención aparte merecen los grabados y dibujos, cuyos lemas en espejo constituyen un entretenimiento adicional y una invitación más a la reflexión desde lugares alguna vez comunes, casi siempre insólitos, al vincularse al texto. En este, la letra reza: "Nemini parco q viuit i orbe". Figura en la portada (o primera página interior, no recuerdo) del Libro del Cordial (1494), obra anónima traducida por Gonzalo García de Santamaría, de donde procede también el primer grabado aquí puesto. Hay edición moderna de este libro, pero sigue siendo curioso leer la descripción del incunable que hace Fray Francisco Méndez en su Typographia española (1796).
Vale.
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