domingo, 23 de noviembre de 2008

La niña y el buitre

La niña y el buitre puede parecer el título de una fábula. En cierto modo, lo es. Lo que no está tan claro es qué moraleja se ha de extraer.





En 1993, Kevin Carter, uno de los mejores fotógrafos de lo atroz, esperó --se concreta de manera invariable que unos veinte minutos-- hasta que el buitre entrara en plano y desplegara sus alas (aunque no lo hizo), para efectuar el disparo y cristalizar el momento. Se lo sirvió a quienes nunca soportaríamos haber estado allí. Algo más de un año después, se suicidó dejando atrás una desconcertante nota sobre el dolor del mundo.

El debate generado hace algo más de quince años, cuando le fue concedido el premio Pulitzer por la espeluznante imagen de que hablamos, quizá lo marcara. La incidencia de la muerte de otro miembro del Grupo Bang-Bang, su amigo Ken, en un lugar donde bien pudo haber estado él mismo --y quizá deseara haber estado--, unida al consumo de drogas de todo tipo que lo fueron deshaciendo y al establecimiento democrático de Mandela --con el corolario del fin de la violencia--, entre otros asuntillos de índole personal, hicieron el resto.

No me interesa en absoluto saber si ayudó o no a la niña, con mucho, la cuestión más demandada. Carter no estaba ahí para eso. Nosotros ni siquiera estábamos y, sin embargo, formamos parte de ese menos del veinte por ciento de la población que consume casi el noventa por ciento de los recursos del planeta. Reconocemos las desigualdades y nos consolamos con la existencia, como se decía en la Teología de la liberación, de estructuras de pecado de las que no nos sentimos responsables. Se acusó e imprecó al periodista por la espera macabra, se dijo que al otro lado del objetivo había otro buitre, pero ¿quién es el carroñero?

No se comprende con facilidad, me temo, que la fotografía no es el mundo, como no lo es un dibujo o una novela. Es solo su representación. Una representación artística de la realidad, que conmueve, suscita la reflexión y, como muchos de los trabajos de Carter, puede promover actuaciones globales. Cualquier valoración moral sobre el autor está de más y, en este caso, por si no bastase, me parece que el juicio yerra. La distancia. Esa es la clave para entenderlo. También Valle era distante, y Cervantes. La realidad que nos ofrecen... perdón: la representación de la realidad que nos ofrecen resulta, por lo menos, de la misma crudeza.

Vale.