jueves, 19 de febrero de 2009

Cosmética del enemigo

Me sigue interesando la escritora más concisa que cabe imaginar. Un rato, no hace falta dedicar más tiempo a sus novelas. Amélie Nothomb, se llama. Si digo cualquier cosa, despiezo la Cosmética del Enemigo, de modo que me callo. Me pareció un pelín previsible, pero vamos.

Nada de perder toda esperanza

En vista de que muchos de los niños de uno de mis grupos de 1º de la E.S.O. eran repetidores que no querían padecer de nuevo la lectura de La Zapatera Prodigiosa, sustituí esta por Yerma. Resultado: les encantó; más todavía cuando orienté su interpretación final a posteriori, para atar algunos cabos sueltos que, como es lógico, restaban todavía.

Curioso. Tanto que nos quejamos de que no leen y resulta que, pese a todo, la calidad literaria se distingue, se aprecia y se disfruta desde el primer instante, por cualidades intrínsecas. Igual no deberíamos ser tan mojigatos con las obras seleccionadas. En 2º (de la E.S.O., también), hubo división de opiniones sobre Farenheit 451, pero un aplauso unánime por el momento para Pedro y el Capitán, de Mario Benedetti. Me costó mucho, ahora pienso que por prejuicios estúpidos en cuanto al argumento, sugerir esta lectura; me ayudó a decidirme comprobar que el 80% de los chavales ha jugado al Call of Duty y está más que familiarizado con su cruento arranque. Además, se trata de una obra sobre la dignidad humana, no acerca de la tortura, continuamente presente, aunque fuera de escena. Recomiendo este enlace para su estudio: http://www.ucm.es/info/especulo/numero39/espreso.html

Vale.

viernes, 6 de febrero de 2009

Días de vino y rosas


No hace demasiado tiempo, en los albores de este proyecto de blog, hablé de algunas obras en torno al alcohol. Una de las mejores películas de amor, con vapores etílicos por doquier, es el clásico de Blake Edwards, interpretado magistralmente por Jack Lemmon y Lee Remick. La adaptación de David Serrano del original de J. P. Miller (en versión de Owen Mcafferty) no desmerece, en absoluto, la memoria de aquella. Se ha inclinado por la sencillez de un ñaque, ha despojado el escenario de lo inútil, no solo de la presencia de otros actores, sino de elementos contingentes. Todo tiene su función. Todo es útil. Una buena dirección de Townsend en la misma línea.

Las interpretaciones de Carmelo Gómez, siempre sólido en las tablas, y de una espléndida Silvia Abascal, por momentos por encima del otro agonista, resultan una grata sorpresa para quienes no han olvidado el desgarro o la ternura a que mueven los personajes del film. Esta última, una actriz a quien ahora lamento no haber seguido con continuidad desde sus divertidos orígenes en Pepa y Pepe, se ha convertido en mujer bellísima que dista mucho de aquella adolescente juguetona, pasota, y una extraordinaria profesional.

En definitiva, ha sido uno de los mejores momentos que he pasado en el teatro en los últimos años. No me paga el teatro Lara, ¿eh?

Vale.

jueves, 5 de febrero de 2009

El niño con el pijama de rayas

En plena búsqueda de lecturas para los más jóvenes del instituto, acabo de terminar uno de los libros que se ve por doquier en tiendas y transporte público. La historia, de la que me había advertido algún compañero que más que conducir a un debate sobre el holocausto judío, se valía de él, que algún otro me presentó como novedoso en cuanto a su técnica literaria, me ha parecido sencillo, aceptablemente escrito y susceptible de generar discusiones en clase, pero debo reconocer que el final me resulta en exceso artificioso e innecesariamente conmovedor en el camino de la lágrima fácil. No veo dificultad en la técnica narrativa: se trata de un narrador omnisciente en tercera persona que, en ocasiones, asume la perspectiva de uno de los personajes, en cuanto a su edad, para ser precisos. Nada que ver con el extraordinario narrador homodiegético (o autodiegético), en la terminología de Genette (Figures III) que conduce la Aparición del Eterno Femenino, contada por su Majestad, el Rey, de Álvaro Pombo, ese sí un niño de diez años.

Conclusión: puede servir. A los niños les gusta. Más o menos, quiero decir. Por ahora, he probado un comentario de texto sobre el capítulo 7 en chavales de 1º y 2º de ESO. Quizá más adelante sea una lectura completa, aunque no sé.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Punset y sus viajes

Eduardo Punset, a primera vista, es un excéntrico. No meramente un personaje extravagante, sino un chalado. Nadie puede ser tan tranquilo. Ni siquiera tiene derecho a eso en medio de la tensión cotidiana de nuestras ciudades. Pero el tipo, que ni sabe dónde está porque no para de coger aviones (aunque no son esos los viajes que dan título al post), que no para de hacer esto y lo otro, no debe de pasar de las cuarenta pulsaciones por minuto, sin embargo, y, más que probablemente, resulta aletargado para el 80% de la población, diré a modo de ejemplo, madrileña, cuya neurosis impaciente impide soportar su parsimoniosa dialéctica.

Para mí es, como dice medio en broma medio en serio Andreu Buenafuente (o sea, como dice siempre las cosas importantes), un sabio. Esa paz que proyecta, propia de la vida retirada que cantara Fray Luis, justamente, procede de un interior en calma, donde se me ocurre que la inquietud más perversa podría ser una reflexión acerca del posible canibalismo de las eucariotas o si la soledad del hombre se puede parangonar con las de las estrellas en un universo en expansión, sobre fondo vacío. Claro, así cualquiera.

Pensaba haberme dedicado a anotar algunas de sus ideas más celebradas, al menos por mí, comenzando por El viaje a la felicidad, siguiendo por El viaje al amor y terminando por ¿Por qué somos como somos?, los tres libros que he leído de este divulgador científico genial, a veces histriónico gracias a un sentido del humor nada corriente. Son parte, los tres, de una biblioteca más amplia de publicaciones resultantes del programa Redes, de TVE2.

En lugar de eso, propongo media hora entretenida de entrevista en un programa de humor, donde discurre sobre la felicidad como ausencia de miedo, en la sala de espera de la felicidad, siempre y cuando se tenga alguna sensación de control sobre la propia vida; plantea la ausencia de dolor que define la belleza o la necesidad de emocionarse ma non troppo; trata sobre la soledad, la incapacidad de decidir racionalmente, el imposible cambio de opinión (que ya descubriera la Psicología social), versa acerca de la muerte y, curioso, sobre la adolescencia como enfermedad --pobres niños--, entre otras muchas cosas.



jueves, 11 de diciembre de 2008

Nadie conocía el perfume

Entre los muchos libros que voy releyendo en busca de un poema apropiado para que los niños aprendan de memoria o, simplemente, por el placer de hacerlo ahora que el tiempo no me oprime el pecho, he probado de nuevo el sabor del Diván del Tamarit.

Hace unos años asistí a una conferencia en que Carlos Cano explicaba la experiencia de poner música a un poemario como este en un disco de una sensibilidad admirable. Contaba, con mucha gracia, cómo concierto tras concierto se le acercaban sus fans sexagenarias, seguidoras de la copla más que de la poesía del granadino, para expresar lo inefable de la literatura mejor que cualquier crítico adusto, con estas palabras, aproximadamente: "Carlos --le decían--, no he entendido ni papa, pero qué bonito". Yo no podía evitar recordar a aquellas monjas del dieciséis, en trance por la audición incomprensible de los versos de Juan de Yepes, de San Juan.

Vale.




"Gacela del amor imprevisto" (Federico García Lorca; música: Carlos Cano; intérpretes: Ana Belén Solá y Pilar Alonso).

La cara oculta de oriente.

Con su novela Estupor y temblores, Amélie Nothomb nos introduce en el Japón empresarial del que, aunque me interesa menos, hay un eco autobiográfico en la novela. El título, que remite a la actitud que debe mantenerse en presencia del Emperador, sintetiza el tema de la obra. Sobre todo el estupor (al fin y al cabo, los temblores son a lo sumo su corolario, si es que no el humor).

Podredumbre empresarial, envidias, zancadillas, arbitrariedad, existen en todas partes. El choque cultural no se halla en la diversidad de sentimientos o conductas, sino en su motivación. A igual estímulo, divergentes reacciones aquí y allá.

Excesiva la dureza de la bronca del gordo a Fubuki, la ninfa que enamora a Amélie (el personaje), violación simbólica sin duda reproducida centenares de veces en la cultura occidental, pero inmensa tolerancia y sumisión niponas por parte de esta; paradójica prohibición de hablar el idioma que ha llevado a la joven a ocupar un puesto en la multinacional, contradictoria caída laboral por un trabajo bien hecho a iniciativa propia, más o menos; terrible frustración femenina en el país, incluso en caso de éxito profesional; curiosas protestas ante la injusticia que repercuten en el beneficio de la madre empresa: Todo esto y algo más, en un par de horas de lectura amena. No está mal, aunque me costó regalar a cambio La especie elegida.

Vale.