martes, 29 de diciembre de 2009
Skunk Anansie
Skunk Anansie es un grupo tremendo. Era, en realidad, porque se separaron en 2001. Encontré el CD cuando después de que me abrieran el coche y me robaran otros treinta que allí tenía, tuve que bajar algo de música. No he parado de oírlos otra vez desde entonces. La voz de Skin (alias de Deborah Dyer, esa impresionante mujer negra), me conmueve. Eso del terciopelo de la voz, aplicado a ella, tiene algún sentido. Más, sobre todo, cuando la envuelve la dureza de los instrumentos, siempre la justa.
El grupo ha sacado nuevo trabajo. Se trata de un recopilatorio de grandes éxitos del que no habría tenido noticia sin internet. Es obvio que no es un grupo para los 40 principales o Kiss FM. Espero que su presentación les lleve a una larga gira.
Dejo aquí dos muestras de youtube. La primera, es una de mis canciones preferidas. De las diez o doce, digo. Y también un consejo: eludid la versión en directo con Pavarotti.
"You'll Follow Me Down"
SURVIVED, TONIGHT
I MAY BE GOING DOWN
COS EVERYTHING GOES ROUND TOO
TIGHT, TONIGHT
AND AS YOU WATCH ME CRAWL
YOU STAND FOR MORE
AND YOUR PANIC STRICKEN
BLOOD WILL THICKEN UP, TONIGHT
COS I DON'T WANT YOU
TO FORGIVE ME
YOU'LL FOLLOW ME DOWN
YOU'LL FOLLOW ME DOWN
YOU'LL FOLLOW ME DOWN
SURVIVE, TONIGHT
I SEE YOUR HEAD'S EXPOSED
SO WE SHALL KILL
CONSTRUCTIVE MIGHT
S'RIGHT
AS YOUR EMOTIONS FOOL YOU
MY STRONG WILL RULE
I WON'T FEEL RESTRAINT
WATCHING YOU CLOSE SENSE DOWN
I CAN'T COMPENSATE
THAT'S MORE THAN I'VE GOT TO GIVE
Seeping through my open seams
Im stained all over
You pretend weve started again
Waiting for me to say when
But I say purple
[Chorus]
She wont go
Where I
I would go for you
Id curse my heart
For you
Silence makes a girl talk fast
Speeding but Im gonna crash
And burn for loves sake
Duty keeps a lover loyal
(But) is it really worth the spoils
When I dream purple
lunes, 28 de diciembre de 2009
Gervasio Sánchez
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Con esta foto obtuvo con anterioridad otro premio, el Ortega y Gasset de Fotografía. Aunque corre por internet, no está de más dejar aquí el discurso que el fotógrafo pronunció al aceptarlo el 7 de mayo de 2008. En el acto estaban presentes la Vicepresidenta del Gobierno, varias ministras y ministros, exministros del Partido Popular, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, el Alcalde de Madrid, el Presidente del Senado y centenares de personas.
Estimados miembros del jurado, señoras y señores:
Es para mí un gran honor recibir el Premio Ortega y Gasset de Fotografía convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciáticas de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo. ….
Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena Ser por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis historias, tantas veces seres humanos extraviados en los desaguaderos de la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar.
No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS y a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme sin fisuras en los últimos doce años y permitir que el proyecto Vidas Minadas al que pertenece la fotografía premiada tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas.
Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años.
Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad. Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad.
Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi.
Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado.
Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.
Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas.
Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos.
Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.
Muchas gracias.
Un paréntesis: Acerca de "barrendero"
"Acerca de barrendero"
La dificultad de segmentación que presenta el término "barrendero" no ofrece lugar a dudas. No existe en castellano una presunta raíz *barrend-. Si consultamos el DRAE, hallaremos barrer, barredero, barredura, barredor e, inexplicablemente, barrendero.
La existencia de la secuencia -nd-, hace pensar en la eventual procedencia de la voz de un participio de futuro pasivo, lo cual introduce la dificultad de explicar el cambio semántico acaecido, así como su independencia de la raíz primigenia que parece haber dado amparo a los restantes términos de su familia.
Por otra parte, la tendencia de la nasal hacia la síncopa, en el caso de admitir que la totalidad de estas palabras tienen origen en el participio referido, no parece tan acentuada (salvo en algunos casos, como el prefijo trans-) como su inclinación a la epéntesis. La nasal, en efecto, puede cambiar (rencilla > reñir; cfr. Varela, 1996), pero no suele perderse, sino todo lo contrario, como puede observarse en los siguientes ejemplos (tomados de notas personales en cursos de Ramón Lodares, RIP):
MATTIANA > manzana
MACULA > mancha
La inserción de la nasal podría deberse en estos casos a un fenómeno de asimilación progresiva y refuerzo consonántico.
Volvamos al principio: Barrer procede del latín: VERRERE (la segunda E, breve, aunque no puedo marcarlo) > barrer (con el cambio disimilativo de la primera vocal). Sería lógico suponer que para el profesional encargado de realizar esta actividad, en el momento en que surge la necesidad de creación lingüística, se gestara una formación como: Barrer > *Barrero (cfr. profesional dedicado a barrer). No obstante, tal derivación colisiona con la palabra barrero (i.e. "alfarero"), que se debe desenvolver en contextos sintácticos idénticos a los de la mala formación anterior. Ello da lugar a la interposición de una dental, suerte de interfijo, como rasgo fonológico pertinente para la distinción de ambos derivados, suscitando un caso análogo al de panadera <> Barre(d)ero
Con todo, la distinción no resulta suficiente por la debilidad de la dental sonora intervocálica (fricativa en la pronunciación relajada), por su tendencia a caer. No hay más que observar la pronunciación de los participios en nuestros días. No es óbice, sin embargo, para la existencia de barredero, pues su categoría gramatical es distinta, motivo por el que no entra en conflicto.
Así pues, la necesidad de la lengua de un término adecuado para designar la profesión del que barre, pervive. No resulta suficiente barredor, que se refiere a cualquier persona que realice la actividad de barrer y que pertenece, asimismo, a la categoría de adjetivo. Para solucionar la cuestión diferenciando netamente los dos vocablos en disputa, se produce una epéntesis de nasal. No es una banalidad que se trate justamente de este sonido. En la secuencia fónica, la nasal que precede a la dental sonora (fricativa entre vocales) oclusiviza a esta última. Así se obtiene una formación más estable, capaz de distinguirse nítidamente de barrero, respondiendo a las necesidades expresivas consignadas.
En conclusión, el término barrendero procede, conforme a esta hipótesis, por derivación de barrer, a través de dos epéntesis sucesivas que refuerzan, consonánticamente, una distinción pertinente desde el punto de vista fonológico.
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Varios libros con comentarios pendientes
Sin más dilación:
Dejé escrito un comentario justo pero incompleto de la colección de cuentos de Piglia, quizá el mejor escritor vivo en lengua castellana, titulada La invasión. Desde entonces, he querido corregir esa opinión con la más acorde a lo que pienso: Desde el relato "Mata-Hari 55", el libro gana mucho. Lamentablemente, no puedo por virtud de la memoria, hacer referencia a cada uno de los cuentos que lo siguen. Recomiendo su lectura, en todo caso.
Un compañero y amigo me sugirió tres lecturas. De ellas, dos me han defraudado, dentro de un orden, y la tercera ha colmado y superado cualquier expectativa. Hablaré aquí de las dos primeras: Se trata de El maestro y margarita, de Mijaíl Bulgákov y de La línea negra, de Jean-Christophe Grange. Este último es autor de Los ríos de color púrpura, acción de la que vi la peli y me gustó, con una buena interpretación de Jean Reno. Por lo visto, se ocupó incluso del guión. La historia de Reverdi, que tiene tintes cinematográficos, qué duda cabe, es poco más que una curiosa novela negra. He leído tantas de niño que difícilmente me sorprenden y le vi el plumero, pero se lee bien. La primera se me presentó como una disparatada aventura de un demonio juguetón, y eso es. No me hizo demasiada gracia, a pesar de que la avalara también la muchacha de la librería donde la compré. En fin, puede que se trate de un defecto congénito de tantos que tengo.
Vale.
Unos meses amordazado
Es año de oposiciones, de manera que leo menos por afición y gusto y más por obligación. Sin duda, se notará en el blog. Incluso en el tono. Espero que jugarme el puesto no me inquiete tanto como para resultar un plomo.
Hale, empezamos.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Disfraces del Lazarillo
He publicado esto en el número de junio de la revista del insti:
Las novelas, a veces, se disfrazan: No les queda más remedio. El Lazarillo empleará hasta tres máscaras diferentes para poder ver la luz allá por los años cincuenta del siglo XVI. No se olvide que se trata de una obra peligrosa por hallarse en lucha abierta con el poder establecido, por una parte, y sumamente novedosa por su técnica y por su temática literarias, por otra, de manera que por este procedimiento pretende ser asimilada a géneros y formas conocidos, pasar por lo que no es y ocultar, asimismo, lo que en verdad la constituye, a fin de ser aceptada entre lectores y editores. De que el ardid tuvo éxito es buena prueba su misma publicación.
En primer lugar, se hace pasar por una carta autobiográfica. No se conocían demasiado bien que digamos los procedimientos narrativos en la época en la que surge nuestra obra. A lo mejor convendría recordar que no existía la novela picaresca antes del Lazarillo ni mucho menos la novela, sin apellidos, tal y como la concebimos en nuestros días. La relación en primera persona de la propia vida era un género delicado en extremo: arriesgar una autobiografía en aquellos días no era una broma y apenas había unas pocas, mendaces y fantásticas, que narraran vidas de soldados. El propio Emperador, Carlos V, a la hora de dejar, más que lo dicho, una memoria política, se detiene una y otra vez a justificar su necesidad frente a la posible vanidad de reflejarse en ella como ser humano, intentando exculparse ante Dios y ante los hombres del peor de los pecados, el de soberbia, madre y fuente de todos los demás, como es sabido —no en vano hizo caer a cierto ángel de todos recordado—. Si un personaje tan ilustre encuentra tantos y tales motivos para eludir la responsabilidad de una autobiografía, ¿cómo es posible que el hijo de un ladrón de poca monta y una mujer deshonesta nos presente la historia de su vida, nada menos que con intención moral, cuando el caso que le hace tomar la palabra consiste en un más que probable adulterio de su mujer? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque no es una autobiografía. En otras palabras: Lázaro no escribió el libro, no escribió el Lazarillo
que tenemos en las manos; no es el autor, en definitiva. Pero la adopción de un recurso parecido a la autobiografía, aunque no lo sea, cumple su cometido a la perfección. Podría decirse que se trata del disfraz que ha de adoptar para que el público reconozca el género y apruebe el relato con su lectura.
Por concluir este apartado, desde el mismo punto de vista, si el autor de la obra no es a su vez quien la cuenta, es decir, Lázaro, debemos reconocer que éste tampoco escribió —aunque la carta pública era un género igualmente reconocible con el que se pudo camuflar nuestra novela— una epístola a un destinatario real de más claro linaje, cuyo nombre nos es desconocido, sino a un receptor interno o narratario. El pícaro no pasa de ser, pues, como decimos, un personaje destinado a padecer los sucesos de la historia lectura tras lectura y, desde luego, un narrador, prisionero también en el texto por naturaleza, sin una ventana al mundo empírico, al mundo en el que nosotros respiramos, comemos o bebemos, o en el que hablamos —por lo menos algunos— de este o de aquel libro.
Este disfraz de técnica literaria lleva aparejada una segunda máscara. Al mostrársenos como un escrito original de un tal Lázaro de Tormes, nacido —literalmente— en el río y residente en Toledo en el momento de tomar la pluma, en la frontera entre realidad y ficción que define el empleo de la primera persona narrativa, el texto se decanta justo por la defensa de lo que no es: No se nos aparece como un relato meramente verídico, sino verdadero; no pretende parecer realista, sino real. Y es altamente probable que se tomase por real y por verdadero entre los lectores coétaneos de la obra, índice de que el disfraz dio resultado.
Pero para su publicación todavía debía superar un obstáculo más. Se afirma con frecuencia y con no poca razón que en la época a la que venimos refiriéndonos nos encontramos en un momento de enorme experimentación literaria. No obstante, los libros que pasan por los talleres de imprenta son, en proporción abrumadora, de gusto medieval. Los libreros, aquellos negociantes que no sólo distribuían los libros sino que sufragaban los gastos de la publicación del texto, apostaban sobre seguro y optaban por garantizarse cuando menos la recuperación de los costes por el sencillo expediente de llevar adelante tan solo éxitos comerciales ya probados. Si uno vuelve la vista a los años de publicación de La vida del Lazarillo de Tormes, se puede constatar que entre 1550 y 1554 aparecieron tres ediciones de novelas sentimentales (dos de la Cárcel de amor y otra del Processo de cartas de amores), cuatro traducciones (dos italianas: las novelas cortas de Bandello y, por supuesto, el Decamerón; y dos clásicas: las fábulas esópicas y Teágenes y Cariclea, de Heliodoro), una novela bizantina (Clareo y Florisea), un contrafactum (Libro de cavallería celestial del pie de la rosa fragante), la autobiografía de Diego Núñez de Alba, una obra pastoril (Menina e moça) y la Comedia pródiga. Fuera de esa lista miscelánea, destacan por su presencia mayoritaria los libros de caballerías, que indiscutiblemente miran hacia el pasado sin afán experimental alguno. Entre las fechas dadas, no sólo se publican el Lisuarte, Rogel de Grecia, Lepolemo o el Palmerín, sino que el Amadís se edita en varias ocasiones y, lo que es más importante, abundan en las prensas los relatos caballerescos breves, género al que se ha prestado poca atención, a pesar de aportar el vestido editorial del Lazarillo. Así, Canamor, el Guillermo, Pedro de Portugal, Fernán González u Oliveros, cuya historia se publica hasta en cinco ocasiones, son el modelo del que se vale el autor de nuestra novelita picaresca para pasar al mundo de los libros vivos, de la letra impresa, so pretexto de contar, como ellos, una corta narración anónima de base folclórica y popular y de ceñida ejemplaridad moral —más que discutible en nuestra obrita, aunque se pueda asumir—. Pero el Lazarillo es una isla. Ni tiene antecedentes, ni dejó estela.
Como una golondrina no hace Verano, habrá que esperar hasta final del siglo y albores del siguiente a que un tal Mateo Alemán se fijara en el personaje quinientista y redactara Guzmán de Alfarache, que no sabemos muy bien en qué consiste, mas fundamental e imprescindible en la génesis de la novela moderna, con parada en Cervantes para que podamos hablar del surgimiento de ese género llamado «novela picaresca». Pero esa es otra historia.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Mulholland Drive y el Club Silencio, "solo para locos"
Mulholland Drive y el Club Silencio, "solo para locos"
Desconcertado todavía por Mulholland Drive. Si alguien la ha entendido, agradeceré que me eche una mano porque no se me ocurren más que explicaciones delirantes, incoherentes como la vida misma. Y en pleno teatro mágico, la zozobra producida por la excepcional interpretación de NW, que me recuerda a la que me provocó SJ en Lost in Translation. Y eso que no me van las rubias.
Si hubiera escrito anoche, bajo la influencia de la mejor película de Val Kilmer (salvo que haya olvidado su participación en el Padrino, que no creo), estaría recordando la etimología de "Hillary" y que el perro de San Roque no tiene rabo, pero Lynch me ha puesto... no sé: metafísico, o sea, atontao.
Hoy añado las pistas que dio el director para desvelar el misterio, siempre dentro de su máximo respeto, qué morro, a cualquier posible interpretación personal, el cierre-espectador, vaya, adaptando a Eco. Probaré otra vez a ver si me entero de algo siguiendo el rastro:
1. - Al inicio de la película, hay dos pistas antes de los créditos.
2. -La lámpara roja.
3. - El título de la película para la que Adam Kesher prueba actrices y reparar en si se menciona de nuevo.
4. - Dónde se produce el accidente.
5. - ¿Quién entrega una llave? ¿Por qué?
6. - Los siguientes objetos: un cenicero, una taza de café y una alfombra.
7. - ¿Qué sucede dentro del club Silencio?
8. - ¿El talento fue lo único que ayudó a Camilla?
9. - Qué ocurre con el hombre que está detrás de "Winkies".
10. - ¿Dónde está la tía Ruth?
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Para quienes no se puedan aguantar dejo el sitio Lost on Mulholland drive, donde también hallará las respuestas a esas pistas de Lynch. Verbigracia, la número 10. Queda todo diáfano: O la tía Ruth existe, o no existe. Hale. Y a otra cosa.
P.S. "Solo para locos" viene de Hesse, de su lobo estepario, por supuesto.
miércoles, 5 de agosto de 2009
Algunos libros más sobre la Segunda Guerra Mundial
La primera, novelita de reconciliación, no me parece nada de otro mundo. La segunda, historia de amor cuyo telón de fondo pasa a primer plano al cambiar la condición (profesional) de la mujer implicada, tiene más chicha. En particular, el asuntillo del analfabetismo. No he visto la peli, así que no opino.
Pero la tercera, Vida y destino, es una joya. Sin duda, es la mejor novela realista que he leído, y un libro duro. Como esta valoración depende de lo que haya leído, comentaré solo de pasada que da sopas con honda a su referente máximo, nada menos que Tolstoi. Su tratamiendo de la guerra en la trinchera, su humanismo reflexivo, su compasión (en sentido etimológico) la convierten en una lección sobre la condición humana y sobre la dignidad, eso sin perder de vista otros méritos, como su estudio de la burocracia, esas cadenas de la libertad, nota máxima del Estado comunista, seña de su omnipotencia sobre el individuo; o sobre la responsabilidad de la investigación científica o el descubrimiento --uno entre miles--de algunos rasgos de carácter dominantes en el siglo XX, como, por ejemplo, la sumisión:
Hubo episodios en que se formaron enormes colas en las inmediaciones del lugar de la ejecución y eran las propias víctimas las que regulaban el movimiento de las colas. (p. 261)Tremendo.
O el hallazgo del desolador escepticismo en que madura precozmente la juventud: "En general, es estúpido creer. Hay que vivir sin creer" --dice una joven, contraponiendo su generación a la de su tía. Y cuando le replican preguntando si esa es la filosofía del teniente con el que mantiene relaciones, responde lo siguiente: "Dentro de tres semanas irá al frente. Ahí está la filosofía: Hoy está vivo, mañana ya no." (pp. 954-955)
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La calidad literaria también se mide en la obra de Grossman por la profundidad de sus personajes, la solidez de la trama o su capacidad sorpresiva o conmovedora incluso cuando ya uno no espera más que el anticlímax que lleve dulce y triste a las últimas líneas. No le sobra una palabra, en sus más de mil páginas. Creo que no es poco decir.
La foto es de Arkady Shaiket. Un acierto editorial, la portada.
Por añadir algunos títulos más sobre el tema, recomiendo uno que me gustó mucho hace demasiado como para comentarlo: En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, con la carrera por la bomba como tema y anuncio que un día de estos leeré a Rees (hace años que tengo Auschwitz esperando en la estantería). Por cerrar el asunto, aparte del testimonio de Ana Frank pero hasta cierto punto en la misma línea, contamos con otros dos de primer orden, ambos referidos a su permanencia en campos de concentración: Imre Kertész y Primo Levi. Del primero leí varios libros hace unos años, cuando le otorgaron el Nobel: Yo otro, Kaddish por el hijo no nacido, Sin destino. No me convencieron demasiado. La trilogía de Levi (o eso pensé que era, por la oferta editorial) resulta más emocionante. Empezando por el título de la primera parte. La componen: Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados.
martes, 4 de agosto de 2009
La buena letra
La buena letra se resume en un gigantesco NO en las narices, es un enorme bofetón en la boca.
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Costó, pero no tanto, que mis alumnos entendieran semejante cosa. Ellos habrían hecho una síntesis mucho más larga, más detallada, menos eficaz. Quizá no es libro para su edad. Pero les gustó.
El resto de Chirbes lo dejo para cuando sea capaz de leer las diez primeras páginas de Mediterráneos, que anda por aquí, sin dejar de apreciar el del título del post.
Cartas asesinas
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Todo el mundo sabe que la palabra hiere. A veces mata. No hay más que pensar en el pobre Leriano (prota de Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, fecha del descubrimiento), de quien se dice que murió de amores, y en realidad fue por la indigestión que le produjeron las cartas de su amada, cena cuya finalidad de mantener el secreto (es amor cortesano, ya se sabe), lo llevó a la sepultura.
De mayor envergadura, desde luego, es el cruce epistolar entre Max Eisenstein y Martin Schulse en Paradero desconocido (1938), obra de Kressmann Taylor. pseudónimo de Katherine Kressmann. Por la fecha de marras se supondrá que las cartas entre un judío en los Estados Unidos y un alemán en Munich bien bien no pueden terminar, según y cómo. Sin ánimo de desvelar acontecimientos, la evolución de su tono es lo más destacado.
Con la conmemoración de no sé qué aniversario de Onetti, he releído algunos de sus cuentos (las novelas me cuestan más). Entre ellos, "El infierno tan temido". Su contenido, por fortuna, no desmerece el atrevimiento que conlleva el empleo de parte de un verso de uno de los mejores sonetos en castellano de todos los tiempos (No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte), con ese "tan" tan conmovedor. También aquí las cartas, resumidas en las fotografías que encierra el sobre de turno, generan su ritmo, intensificando el daño bien por el grado de explicitud del cuadro o bien, sobre todo, por el destinatario. Su falta de motivación, nunca aclarada en los silencios que acompañan las polaroids, y los matices del desgarro que producen, me parecen su mérito máximo.
Seguro que hay otro centenar de cartas perlocutivas. Basta con estas, por hoy.
Houellebecq, filósofo del sexo
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Hace no demasiado leí un reportaje acerca de la extinción de la literatura erótica y pornográfica que alegaba que ya no es necesaria su existencia, cosa de otros tiempos, pues su materia, el objeto natural de esta literatura y, por ende, su finalidad, puede hallarse en cualquier novela de tres al cuarto o de indiscutible talento y profundidad. De ahí el cese de la colección de referencia, La sonrisa vertical, y demás. Quedan, claro es, las rarezas patrocinadas por editoriales menores y casi diría que con destino a los afanosos coleccionistas, como Escritos pornográficos, de Boris Vian, que he leído recientemente. Trae este librillo una conferencia del sujeto en que discute y niega la pertenencia al erotismo de la obra de Sade --pero como él mismo dice, la naturaleza de las conferencias es complicar las cosas-- y habla de multitud de textos que no conozco; contiene también una colección de poemas deleznables, en mi opinión, además de algunas ilustraciones que no son nada de otro mundo. Lo mejor de este escritor es, a mi entender, justamente un relato erótico, "El amor es ciego", una metáfora sobre el deseo que bien podría haber empleado Houellebecq, al menos en la literal plasmación del cuento, haciendo uso de otro vocabulario, eso sin duda. En definitiva, se nos anuncia el fin de los tiempos de Lulú, de Archidona y de Irene. El signo de la hora nos lleva por el sendero de Plataforma y Las partículas elementales, con sus masajes tailandeses y sus locales parisinos de intercambio de parejas.
Esa parece ser una de las lecturas que se hacen de la obra del francés (creo que es francés). De ahí buena parte de las críticas que se formulan contra él, de la consabida alusión a su talante provocador o políticamente poco correcto, etcétera. No niego que esa es la superficie, pero me suscita reflexiones de fondo sobre la civilización occidental en su conjunto a partir del factor primordial, el sexo, donde se generan las mayores tensiones entre naturaleza y cultura, desde luego. A veces, decir las cosas con claridad ayuda a verlas con claridad. despojar de algunos componentes accesorios lo esencial, permite acceder a lo esencial de manera más directa. Ni siquiera creo que sea original en su planteamiento o en su propuesta. Por ejemplo: toda su teoría sobre la seducción, desperdigada entre Las partículas elementales y Plataforma, quizá más consistente en esta última, se resume en este pensamiento al desgaire de Pepe Carvalho:
Si quería ligar debía ir por las buenas a un cuerpo de alquiler o a una larga escaramuza verbal de dudoso resultado. Le fastidiaba todo el ceremonial previo, toda la etapa de persuasión. Este tipo de comunicación debiera ser automático. Un hombre mira a una mujer y la mujer dice sí o no. Y a la inversa. Todo lo demás es cultura.
O silencio, le falta decir. Para los curiosos, es la página 98 de Tatuaje, de Vázquez Montalbán, en la edición que regala el periódico El Público. No dejéis de leer El estrangulador, que se entrega, me parece, el primer domingo del mes de septiembre. Se trata de una de mis novelas favoritas, auténtico testamento en vida del autor, plagado de humor y de la inteligencia y el buen hacer de un autor seguramente infravalorado en lo literario, puede que por cuestiones ideológicas.
Deseo y seducción, soledad, el amor como entrega, siempre frustrado, la prisión del cuerpo y la falta incluso del anhelo de trascender, o sus derivaciones definen nuestro vacío, describen nuestra sociedad, de la que los personajes procuran huir pero siempre les es negada esta posibilidad y tras el enfrentamiento, queda, lo más, el psiquiátrico o la muerte, como en Fortunata y Jacinta, ya sea esta voluntaria o accidental. No hay más salidas. Quien no se adapta a la sociedad, sufre esas condenas. Pero ser consciente implica el reconocimiento de la necesidad de fuga, de minimizar los males, cuando menos. Mi lectura va por ahí: El amor serviría hasta para algunos de estos personajes, no todos, como una especie de engañabobos en un paraje descarnado, pero no existe. Y de existir, como excepción, será desde luego efímero, trágico o nos estará vedado, luego es peligroso incluso buscarlo y mucho mejor aceptar la insatisfacción que nos produce cuanto nos rodea y tratar de vivir tranquilo, aunque sin alegría, como Annabelle (Las partículas elementales, Anagrama, pp.235-236).
Por supuesto, NO SON NOVELAS PORNOGRÁFICAS, ni siquiera eróticas. Son novelas filosóficas, una idea novelada. Lo que en tiempos se llamaba novela de tesis. La tesis es la infelicidad a que la sociedad condena a los individuos. La de siempre, vaya. No sé si he dejado claro el nexo de este señor con la novela realista del XIX, pero vamos, bien podrían pasar por una actualización de Galdós las obras que he citado.
Y vale.
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domingo, 7 de junio de 2009
Dear Mr. President
martes, 19 de mayo de 2009
El viaje en Metro o la importancia de la elocución
"El Chino había laminado el metal hasta convertirlo en una hoja transparente, luego tejió un tul para sostener el engarce y empezó a facetar el diamante. Trabajaba la piedra sobre una tulipa de acero con un esmeril de dos milímetros. Se ajustó el cono de porcelana de la lupa en el ojo izquierdo u prendió la luz fija. un rayo blanco iluminaba un punto preciso de la piedra sin provocar reflejos. Parecía un minero trabajando en la galería subterránea de un universo en miniatura. Tallar es algo que se hace casi sin ver, guiándose por el instinto, buscando la rosa microscópica en el borde de la piedra, el pulso liviano y suave. De vez en cuando levantaba la cara y miraba el diagrama del anillo dibujado con compás sobre un papel canson. después bajaba la vista y volvía a tallar el diamante dejando que el filo helado de la sierra recorriera los bordes invisibles. Con la alcucita pico de loro humedecía el surco con una llovizna de aceite de oliva mezclado con polvo de diamante".
A mí no me cabe duda de que el Chino es un joyero. Y es, desde luego, la precisión léxica lo que me aporta esa certeza.
Sin embargo, no todos los escritores son tan afortunados en su selección del vocablo atinado. En una novela deplorable, Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite, que no debe de haber frecuentado el Metro de Madrid, narra un viajecito suburbano de su consabida protagonista (mujer, cuarenta años, crisis de identidad), donde escucha una locución grabada que anuncia: "Próxima parada, nosécuál. Trasbordo con líneas esta y la otra". "Trasbordo" es el término, en efecto, con que se conoce el paso de una línea a otra, el cambio de tren, en el ámbito coloquial, al menos en España, al menos en Madrid. No obstante, los delicados oídos de esa pseudopija que conduce el relato de la autora oyen campanas, pero nunca "trasbordo" puesto que la locución, en un intento ignoro si de pulcritud lingüística o de finura, presenta otro tenor: "Próxima estación: Bilbao. Correspondencia con línea uno". Un detalle como este... a mí me quita las ganas de seguir leyendo y uno añora una de tantas excentricidades de Paco Umbral, que hacía dormir el sueño de los justos en el fondo de su piscina a cuanto libro funesto cruzase por su mirada.
viernes, 10 de abril de 2009
Camino
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He podido ojear (en internet no se puede hojear) numerosas críticas de la película, siempre con mayor detenimiento las que procedían de miembros declarados del Opus Dei o, cuando menos, simpatizantes encubiertos. Lo cierto es que me parece un largometraje muy bien acabado. Nada que objetar en lo formal, supongo. Por ejemplo, el sorprendente manejo de la música, es un acierto. El contenido y su posible referente histórico es lo que ha generado polémica. Como por desgracia me ha tocado ver en alguien muy próximo muchas de las realidades que ahí se representan (absoluta separación de géneros en todo momento y lugar, censura epistolar, aunque se niegue, renuncia a todo vínculo afectivo preexistente --familiar o no--, etc.) y conozco algunas otras cosas que no figuran en ella, dejo la cuestión de lado y recuerdo que solo a base de talonario fue excluida esta organización del catálogo de sectas vigente en Alemania, pongo por caso. El talonario, siempre tan a mano, cuántas cosillas les ha resuelto.
Solo escribiré una idea. A pesar de que esta gente sigue pensando --con razón, porque obligan a pensar-- que los libros son peligrosos, a pesar de que por eso redactan sus consabidas "calificaciones doctrinales" y prohíben casi de todo a sus prosélitos, no reparan en que el lector es esencialmente libre, no parecen darse cuenta de que el "cierre", resulta fundamental para cualquier obra "en movimiento" --diría Eco--. De este modo, la edificante vida de Bernadette no puede ser otra cosa para una niña enamorada que la historia de su amor por Antoine. Y nada más. Y nada menos. La muerte de Alexia, cuyo proceso ignoro y carece de todo interés para mí, bien me parece que puede inspirar la creación de Fesser.
Por terminar, el burdo maniqueísmo de que se tilda cualquier metáfora de la película, constituye la sustancia de la religión que profesa ese grupo, para no hablar de que, verbigracia, que confluyan en la ficción la Obra de Escrivá y la obra de teatro infantil no dista demasiado de la metáfora misma del creador del Opus, para no hablar de que la profundidad del Gran teatro del mundo puede llegar mucho más lejos, si se quiere, de la mano de un sacerdote del siglo XVII. En cuanto a los elementos oníricos... a mí me encantaron. Parece que algunos comentaristas no saben distinguir el sueño y la vigilia, como no saben tampoco diferenciar realidad y ficción porque no están dispuestos a tolerar en esta o en aquel elementos que discutan su fe. Pero claro, que el mundo se divida en bien y mal, alma y cuerpo, santos y pecadores, no es maniqueo. Dispensen ustedes. ¿En qué estaría yo pensando?
La peli hay que verla. El dramón y lo que va debajo.
Jerónimo de Pasamonte
Pasamonte, Jerónimo. Ibdes (Zaragoza), 1553 — ?, post. 26 de enero de 1605. Soldado y escritor.
Jerónimo de Pasamonte nació en Ibdes en 1553. Huérfano desde los diez años, tras servir al obispo de Soria e iniciar estudios de gramática y latín con su tío de regreso a Aragón, ve frustrado su intento de meterse a fraile por la negativa de su hermano mayor y la falta de renta, de modo que se asienta como soldado en la compañía que está formando el capitán Enrique Centellas para el tercio de Miguel de Moncada, al que pertenecía Cervantes. Interviene en las jornadas de Lepanto, Navarino y Túnez. Cae preso en la defensa de La Goleta (1574) y padece un cautiverio de dieciocho años, parte del cual transcurre en galeras. Una vez rescatado acude a Roma para dar gracias por su liberación en los santos lugares y retorna a España en 1593, donde hace circular su autobiografía de forma manuscrita con la pretensión de obtener algún beneficio por los servicios prestados al rey. Ante el fracaso de sus gestiones, se ve obligado a regresar a Italia en 1595 para continuar su servicio como soldado. Allí prosigue su autobiografía y da muestras de cierto desequilibrio mental, que combate desde su religiosidad. Debido a una deficiente vista, obtiene una plaza de residente en Nápoles, que supone mayor estabilidad y la dispensa de la milicia activa. Es el momento en que contrae matrimonio con una española recogida hasta entonces en el monasterio de San Eligio y surgen las desavenencias con sus suegros y su cuñada, a quienes cree endemoniados. Aunque el último dato absolutamente fidedigno que se conoce de Jerónimo de Pasamonte procede de 1605, Melendo Pomareta (2001, 2002) ha aportado documentos que sugieren su regreso a España y el cumplimiento de una antigua promesa y vocación con su ingreso como fraile bernardo en el Monasterio de Piedra.
La Vida y trabajos de Gerónimo de Pasamonte ha resultado de sumo interés para los cervantistas pues podría esclarecer definitivamente la identidad de Alonso Fernández de Avellaneda y los motivos de su rivalidad con Cervantes. En la versión que corrió manuscrita en 1593, Jerónimo de Pasamonte se atribuye falsamente la actitud heroica del alcalaíno en Lepanto al describir su participación en la toma de La Goleta (1573), donde no hubo verdadero combate por huida del enemigo. Tal adjudicación pudo llevar a Cervantes a realizar un despiadado retrato de aquel en la primera parte del Quijote a través de la figura de Ginés de Pasamonte, así como una autobiografía meliorativa en la Historia del Capitán Cautivo para mostrar su superioridad artística. Pasamonte había ampliado su Vida, añadiendo una segunda parte a la versión inicial. El 26 de enero de 1605 la tiene por concluida y fecha la última de las dedicatorias en Capua (Italia) pero la publicación del Quijote impide que la dé a la prensa, aunque cuenta con licencia, para evitar su identificación con el denostado galeote del capítulo XXII, autor asimismo de una autobiografía. Este es el punto de partida de una disputa literaria que originará la réplica de Pasamonte con el pseudónimo de Avellaneda y se extenderá a diversos textos cervantinos donde alternan alusiones a la Vida y trabajos y al Quijote apócrifo como escritos de un mismo aragonés. La autobiografía de Pasamonte permanecerá inédita hasta 1922.
Obras de Jerónimo de Pasamonte: Vida y trabajos de Gerónimo de Pasamonte, 1605 (inéd.) [Biblioteca Nazionale Vittorio Emanuelle III de Nápoles] (ed. de R. Foulché-Delbosc, Revue Hispanique, LV, 1922, págs. 310-446; ed. de J. M. de Cossío, Autobiografías de soldados: siglo XVII, Madrid, Atlas, Biblioteca de autores españoles, núm. 90, 1956; ed. de F. Sevilla Arroyo, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2004)
Bibliografía, en orden cronológico: M. de Riquer, “El Quijote y los libros”, en Papeles de Son Armadans, XIV (1969), págs. 9-24; M.de Riquer, “Introducción” a Alonso Fernández de Avellaneda, Don Quijote de la Mancha, ed. de M. de Riquer, Clásicos Castellanos, Espasa-Calpe, vol. I, Madrid, 1972, págs. VII‑CIV; M.de Riquer “Apéndice II” a Alonso Fernández de Avellaneda, Don Quijote de la Mancha, ed. de M. de Riquer, cit., vol. III, págs. 236-252; G. Camamis, Estudios sobre el cautiverio en el Siglo de Oro, Gredos, Madrid, 1977; M. de Riquer, Cervantes, Pasamonte y Avellaneda, Barcelona, editorial Sirmio, 1988; D. Eisenberg, “Cervantes, Lope y Avellaneda” (1984), en D. Eisenberg, Estudios cervantinos, Barcelona, Sirmio, 1991, págs. 119-141; V. Azcune, “Avellaneda no es Passamonte”, en Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 16, 1998, págs. 247-254; K. Sliwa, Documentos de Miguel de Cervantes Saavedra, Pamplona, Eunsa, 1999; A. Martín Jiménez, El «Quijote» de Cervantes y El «Quijote» de Pasamonte, una imitación recíproca: la vida de Pasamonte y Avellaneda, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001; J. Melendo Pomareta, “¿Murió Jerónimo de Passamonte en Carenas? (I)”, en El Pelado de Ybides (revista local editada por la Asociación Cultural Amigos Villa de Ibdes), 20 (2001), pp. 14-15. J. Melendo Pomareta, “¿Murió Jerónimo de Passamonte en Carenas? (y II)”, en El Pelado de Ybides (revista local editada por la Asociación Cultural Amigos Villa de Ibdes), 21 (2002), pp. 10-11; A. Martín Jiménez, “Cervantes versus Pasamonte («Avellaneda»): Crónica de una venganza literaria”, en Tonos, Revista electrónica de estudios filológicos, núm. VIII (2004); A. Martín Jiménez, Cervantes y Pasamonte: la réplica cervantina al Quijote de Avellaneda, Madrid, Estudios Críticos de literatura, núm. 18, Biblioteca Nueva, 2005; A. Martín Jiménez, “El lugar de origen de Pasamonte en el Quijote de Avellaneda”, en Lemir. Revista de Literatura Española Medieval y del Renacimiento, 9 (2005); J. A. Frago Gracia, El Quijote apócrifo y Pasamonte, Madrid, Gredos, 2005.
sábado, 7 de marzo de 2009
Wittgenstein
(Tomado del libro del post anterior)
jueves, 19 de febrero de 2009
El sentido de la vida.
El autor pasea por distintas interpretaciones de la vida que, por eso mismo, pretenden dotarla de sentido --inherente o atribuido-- ya que, según parece, debería contar con uno que justificase su existencia misma. De la significación inherente de la vida al nihilismo, que pertenece a esos "metafísicos desilusionados", incluidos los existencialistas y los gurús del pensamiento postmoderno, no va tanto trecho. Como observa con toda razón en algún momento, si la vida puede sentirse "nauseabundamente absurda" es, precisamente, porque se tenían ciertas expectativas.
Sigo pensando, aunque pese a los filósofos, que los sabios más grandes de la Historia han sido siempre los poetas (en sentido amplio) gracias, precisamente, a lo que les distingue de aquellos: su asistematicidad, su capacidad para relacionar los mundos posibles, sin comprometerse con ninguno, su distancia próxima o su proximidad lejana, su incoherencia, incluso. El comentario de la obra de Beckett , esquiva y ambigua, me parece ilustrativo en esta línea. El dramaturgo está a medio camino entre el modernismo y el postmodernismo. La espera de los mendigos es una especie de nada, pero entretanto se vive. Podemos postergar de modo permanente el sentido, lo cual ya es casi una razón para vivir, ese continuo diferir la razón desde el presente. La otra cara, la postmoderna, radica en que esa demora no es indefinida: las cosas se vuelven brutalmente ellas mismas, de suerte que ni la vida tiene sentido ni deja de tenerlo.
Entre las etiquetas donde se ha pretendido alojar el sentido de la vida, la más fecunda ha sido la felicidad. Pero ya parece bastante problemático definirla o circunscribir su objeto como para que el quid deseado dé la buena nueva. Entre el estado mental y la cuestión social, tenemos representantes de todas las tendencias. La idea más seductora me parece la de Aristóteles, quien la vincula a la idea política ya que se alcanza a través de la virtud. Implica, en pocas palabras, "la realización creativa de las facultades humanas típicas de la persona", algo "que hacemos y somos en la misma medida". Felicidad, bienestar, placer, satisfacción... grados de la idea.
El poder, el amor, el honor, la verdad, la libertad, la razón, la autonomía, el Estado, la nación, Dios, la contemplación intelectual, etc., etc., son otros posibles candidatos a ocupar la posición de la felicidad en cuanto dadores de sentido. Freud, por ejemplo, empezó creyendo que el sentido radicaba en el deseo y terminó desplazándolo a la pulsión de muerte. Del conjunto de ambas nociones algo se puede sacar.
De la contemplación de Spinoza a la posición wittgenstainiana de que el sentido de la vida, por encontrarse más allá de todas las preguntas, no puede ser una metafísica sino una práctica, hay un abismo que no se puede saltar graciosamente, y que precisa de la ética. No es algo separado de la vida, sino algo que hace que vivirla merezca la pena, o sea, que el sentido de la vida es la vida en sí, "vista de una cierta manera".
Esa cierta manera, una especie de ágape o amor, otra característica etiqueta tradicional. Amor y felicidad son formas de definir ese cierto modo de vida, aproximaciones a lo inefable, aquel con un alcance social, dentro de la máxima reciprocidad posible; este desde un componente individual. No están enfrentados, son complementarios como los miembros de un grupo de jazz. A gran escala, su conexión implica la subordinación de la ética a la política.
Así entendido, dice Eagleton, el sentido de la vida se aplica en una dirección, pero se parece sospechosamente a la ausencia de sentido, en tanto que utopía. ¿Qué más da? Vivir. Y basta.
P.S.: Ya sé que los filósofos me darán para el pelo.