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Hace no demasiado leí un reportaje acerca de la extinción de la literatura erótica y pornográfica que alegaba que ya no es necesaria su existencia, cosa de otros tiempos, pues su materia, el objeto natural de esta literatura y, por ende, su finalidad, puede hallarse en cualquier novela de tres al cuarto o de indiscutible talento y profundidad. De ahí el cese de la colección de referencia, La sonrisa vertical, y demás. Quedan, claro es, las rarezas patrocinadas por editoriales menores y casi diría que con destino a los afanosos coleccionistas, como Escritos pornográficos, de Boris Vian, que he leído recientemente. Trae este librillo una conferencia del sujeto en que discute y niega la pertenencia al erotismo de la obra de Sade --pero como él mismo dice, la naturaleza de las conferencias es complicar las cosas-- y habla de multitud de textos que no conozco; contiene también una colección de poemas deleznables, en mi opinión, además de algunas ilustraciones que no son nada de otro mundo. Lo mejor de este escritor es, a mi entender, justamente un relato erótico, "El amor es ciego", una metáfora sobre el deseo que bien podría haber empleado Houellebecq, al menos en la literal plasmación del cuento, haciendo uso de otro vocabulario, eso sin duda. En definitiva, se nos anuncia el fin de los tiempos de Lulú, de Archidona y de Irene. El signo de la hora nos lleva por el sendero de Plataforma y Las partículas elementales, con sus masajes tailandeses y sus locales parisinos de intercambio de parejas.
Esa parece ser una de las lecturas que se hacen de la obra del francés (creo que es francés). De ahí buena parte de las críticas que se formulan contra él, de la consabida alusión a su talante provocador o políticamente poco correcto, etcétera. No niego que esa es la superficie, pero me suscita reflexiones de fondo sobre la civilización occidental en su conjunto a partir del factor primordial, el sexo, donde se generan las mayores tensiones entre naturaleza y cultura, desde luego. A veces, decir las cosas con claridad ayuda a verlas con claridad. despojar de algunos componentes accesorios lo esencial, permite acceder a lo esencial de manera más directa. Ni siquiera creo que sea original en su planteamiento o en su propuesta. Por ejemplo: toda su teoría sobre la seducción, desperdigada entre Las partículas elementales y Plataforma, quizá más consistente en esta última, se resume en este pensamiento al desgaire de Pepe Carvalho:
Si quería ligar debía ir por las buenas a un cuerpo de alquiler o a una larga escaramuza verbal de dudoso resultado. Le fastidiaba todo el ceremonial previo, toda la etapa de persuasión. Este tipo de comunicación debiera ser automático. Un hombre mira a una mujer y la mujer dice sí o no. Y a la inversa. Todo lo demás es cultura.
O silencio, le falta decir. Para los curiosos, es la página 98 de Tatuaje, de Vázquez Montalbán, en la edición que regala el periódico El Público. No dejéis de leer El estrangulador, que se entrega, me parece, el primer domingo del mes de septiembre. Se trata de una de mis novelas favoritas, auténtico testamento en vida del autor, plagado de humor y de la inteligencia y el buen hacer de un autor seguramente infravalorado en lo literario, puede que por cuestiones ideológicas.
Deseo y seducción, soledad, el amor como entrega, siempre frustrado, la prisión del cuerpo y la falta incluso del anhelo de trascender, o sus derivaciones definen nuestro vacío, describen nuestra sociedad, de la que los personajes procuran huir pero siempre les es negada esta posibilidad y tras el enfrentamiento, queda, lo más, el psiquiátrico o la muerte, como en Fortunata y Jacinta, ya sea esta voluntaria o accidental. No hay más salidas. Quien no se adapta a la sociedad, sufre esas condenas. Pero ser consciente implica el reconocimiento de la necesidad de fuga, de minimizar los males, cuando menos. Mi lectura va por ahí: El amor serviría hasta para algunos de estos personajes, no todos, como una especie de engañabobos en un paraje descarnado, pero no existe. Y de existir, como excepción, será desde luego efímero, trágico o nos estará vedado, luego es peligroso incluso buscarlo y mucho mejor aceptar la insatisfacción que nos produce cuanto nos rodea y tratar de vivir tranquilo, aunque sin alegría, como Annabelle (Las partículas elementales, Anagrama, pp.235-236).
Por supuesto, NO SON NOVELAS PORNOGRÁFICAS, ni siquiera eróticas. Son novelas filosóficas, una idea novelada. Lo que en tiempos se llamaba novela de tesis. La tesis es la infelicidad a que la sociedad condena a los individuos. La de siempre, vaya. No sé si he dejado claro el nexo de este señor con la novela realista del XIX, pero vamos, bien podrían pasar por una actualización de Galdós las obras que he citado.
Y vale.
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