martes, 4 de agosto de 2009

Cartas asesinas


Todo el mundo sabe que la palabra hiere. A veces mata. No hay más que pensar en el pobre Leriano (prota de Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, fecha del descubrimiento), de quien se dice que murió de amores, y en realidad fue por la indigestión que le produjeron las cartas de su amada, cena cuya finalidad de mantener el secreto (es amor cortesano, ya se sabe), lo llevó a la sepultura.

De mayor envergadura, desde luego, es el cruce epistolar entre Max Eisenstein y Martin Schulse en Paradero desconocido (1938), obra de Kressmann Taylor. pseudónimo de Katherine Kressmann. Por la fecha de marras se supondrá que las cartas entre un judío en los Estados Unidos y un alemán en Munich bien bien no pueden terminar, según y cómo. Sin ánimo de desvelar acontecimientos, la evolución de su tono es lo más destacado.

Con la conmemoración de no sé qué aniversario de Onetti, he releído algunos de sus cuentos (las novelas me cuestan más). Entre ellos, "El infierno tan temido". Su contenido, por fortuna, no desmerece el atrevimiento que conlleva el empleo de parte de un verso de uno de los mejores sonetos en castellano de todos los tiempos (No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte), con ese "tan" tan conmovedor. También aquí las cartas, resumidas en las fotografías que encierra el sobre de turno, generan su ritmo, intensificando el daño bien por el grado de explicitud del cuadro o bien, sobre todo, por el destinatario. Su falta de motivación, nunca aclarada en los silencios que acompañan las polaroids, y los matices del desgarro que producen, me parecen su mérito máximo.

Seguro que hay otro centenar de cartas perlocutivas. Basta con estas, por hoy.

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