sábado, 20 de septiembre de 2008
De minotauros y otras perversiones de sentido.
En literatura, esa investigación paralela en los mismos problemas, da lugar en ocasiones a relatos simultáneos de notable parecido. No me refiero a plagios ni a homenajes, parodias, subversiones, o metáforas. De esos me ocuparé algún día.
Los reyes, una obra primeriza y poco conocida de Julio Cortázar, aborda el mito de Teseo y el Minotauro. Pero lo invierte. Tantos son los matices entre el héroe y el monstruo, que no debe seguirse la identidad respectiva de aquellos. Por los mismos días, la primera persona narrativa de "La casa de Asterión" borgiana proporciona el punto de vista del híbrido, mientras reinterpreta la fábula clásica.
La influencia de la tradición no cesa, por fortuna. Poetas jóvenes como Carmen Jodra (dejo una muestra de su poesía aquí, recomendando la lectura de Las moras agraces) o Álvaro Tato (Libro de Uroboros), tratan de un modo u otro estas referencias.
Y qué decir de Augusto Monterrosso:
La tela de Penélope o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
Vale
Mis queridos recaudadores
Conocido es el caso de Cervantes, quien, por un tiempo, se mantuvo merced a la recogida de alcábalas y cuyo celo profesional (denostado por interesadillos maledicientes que lo acusaron de cobros abusivos y malversación) y, finalmente, la desaparición de unos miles de maravedíes que pasaron por dos millones y que no pudo reponer, dieron con sus huesos en la cárcel donde se gestó el Quijote. Para más datos, recomiendo la biografía de Jean Canavaggio, titulada --oh, sorpresa-- Cervantes. ¿Para qué más?
Otro tanto puede decirse de Mateo Alemán. Aunque casi olvidado en nuestro tiempo, se trata del autor de Guzmán de Alfarache, nada menos que el best seller del siglo XVII, en pugna directa con El Ingenioso Hidalgo de La Mancha, y novela picaresca por excelencia. Pues bien, este señor, entre otras cosas, se dedicó al difícil arte de la colecta pública. No recuerdo si por este u otro motivo, hubo de padecer también prisión por deudas, con lo que no quiero decir que se dé un nexo entre la trena y la literatura. No hoy. Hoy nos ceñiremos a lo anunciado, a la identidad subjetiva entre las letras y el Fisco. Y basta, que va largo.
La prueba irrefutable apareció donde menos se esperaba: en la sonriente confesión de otro creador sin par, mi querido recaudador de rentas, Juan Rulfo. Se ha atribuido a su modestia, a su humildad y timidez que no se prodigara en entrevistas; no seré yo quien sospeche que subyace en él el deseo de no dar indicios acerca de la dedicación, aunque transitoria, imprescindible para cualquier literato que se precie, a tal menester, pues no está en mi naturaleza la desconfianza. O tal vez sí. Sea por una u otra causa, lo cierto es que el autor no concedía demasiadas. Una de las pocas que me constan (dos, en realidad, en nuestro país), la realiza Soler Serrano en el programa [entrevista] A fondo, que conducía allá por 1977.
A diferencia de su obra, no creo que Rulfo, la persona, despierte pasiones incontenibles. No es uno de los Beatles, vamos. Extremadamente parco en palabras, apocado, sumido en el intenso dolor que le ocasiona el parto de casi cualquier idea lúcida, la llamada a los labios de cualquier recuerdo, mueve menos a admiración que a compadecerlo, como si más que a su modestia, humildad o timidez, casi siempre evocadas por el intérprete de turno, le superara la situación de haber escrito una de las dos o quizá tres mejores novelas de la Historia en castellano, por no hablar de sus cuentos. Acaso por eso traspuso el umbral del silencio, por no poder llegarse. ¿A quién no le produciría una sensación de muerte en vida?
A pesar de ello, dejó algún diamante en la conversación, como el que generó el post, entre la "bola de cosas" a que dice haberse dedicado. Durante la guerra, por ejemplo, se ocupaba de la tripulación de los barcos alemanes e italianos que arribaron a no sé qué puerto de México. Los barcos se confiscaron y pasaron a engrosar la flota autóctona. Al parecer, las tripulaciones del país estaban tan altamente cualificadas para gobernar estas modernas máquinas, que al poco se hundieron dos de ellas al explotarles las calderas por una manipulación inadecuada. El Gobierno aseguró que fueron torpedeados por submarinos nazis.
Otra cosa nos dejó. Pedro Páramo es, por algo, la novela que más veces he leído; las tres primeras, por lo menos, solo para entenderla. Hace años que no vago por sus páginas. Ahora que he cambiado de vida, noto que se cierne la próxima, la penúltima, como las copas.
También nos dejó un disco en el que leía uno de sus cuentos. Lo que dice Juan Luis Panero sobre la grabación, mejor lo escucháis vosotros mismos. Parece que se vendió bastante bien. Por entonces, se compraban estas cosas. Ahora, y lo advierto sin nostalgias, mientras que los pezones de Jennifer Aniston o cualquier bobada de Paris Hilton concitan en Youtube miles o cientos de miles de visitas, las cuatrocientas y pico de "No oyes ladrar a los perros" no pasan de testimoniales. Aquí lo pongo, y vale:
P.S.: La foto es del propio Rulfo.
P.S. núm. 2: ¿Qué hacemos entonces con un caso tan deprimente como el de nuestro ínclito literato José Mari Aznar, funcionario de pro, y por más señas de Hacienda? Quizá los cimientos de mi argumentación no estén tan sólidamente construidos como para este tipo de perturbaciones.
Blade Runner
P.S.: Para los friquis, otro argumento de que el prota es un replicante: A los motivos aducidos en la Wikipedia --alguno definitivo--, añadiría la sombra de duda en que nos sume la pregunta de Rachel sobre si se ha aplicado alguna vez la máquina a sí mismo, que parece fruto de una sospecha, o quizá no, pero que de cualquier forma queda en el aire.
jueves, 18 de septiembre de 2008
¿Qué habrá fumado este tipo?
"Es cierto que esta casa es inmensa. Pero nosotros somos demasiados. Pues que para todos quepan dentro de la casa, hace falta que haya uno, por lo menos, metido dentro del armario".
Nada tiene que ver con la canción de Raffaella Carrà, y la cosa no queda ahí. Tiene lugar la acción en un mundo escindido entre vestidos y desnudos, esclavizados, torturados, asesinados por aquellos, que conocemos desde la voz y la mirada privilegiada de uno de estos, el único rebelde. Los desnudos, aderezados con un curioso hermafroditismo que evoca el mito del andrógino, son, aunque ambiguos en el terreno sexual, desconocedores de su posible superioridad fisiológica, acerca de la cual medita el narrador. Canibalismo, martirio, violación, celos y ejecuciones, desarrollados en medio de una asfixiante promiscuidad en todos los ámbitos --y decididamente, en el terreno verbal--, sazonan, entre otros motivos de fondo, la novela, cuyo tema, sin embargo, es la libertad, la libertad proporcionada por la rebeldía de quien sabe decir "no" a cuanto le rodea (y léase, quien no me crea, El hombre rebelde de Camus). En el extremo, el precio de la rebeldía es la muerte, la propia muerte elegida por uno mismo. Ante la muerte, todos iguales.
Mención aparte merecen los grabados y dibujos, cuyos lemas en espejo constituyen un entretenimiento adicional y una invitación más a la reflexión desde lugares alguna vez comunes, casi siempre insólitos, al vincularse al texto. En este, la letra reza: "Nemini parco q viuit i orbe". Figura en la portada (o primera página interior, no recuerdo) del Libro del Cordial (1494), obra anónima traducida por Gonzalo García de Santamaría, de donde procede también el primer grabado aquí puesto. Hay edición moderna de este libro, pero sigue siendo curioso leer la descripción del incunable que hace Fray Francisco Méndez en su Typographia española (1796).
Vale.
Mendoza irreverente.
Vale.
martes, 2 de septiembre de 2008
¿Una cuestión de género?
a) Un libro de cuentos
b) Una novela
Y añade: "Todo parece indicar [...] que la opción correcta es c)."
Aunque lo que importa es más bien que sin ninguna duda se trata de una obra literaria de altísimo nivel, y aunque comparto la falta de preocupación del autor por este tema, nos hallamos, claro, en lados opuestos de la misma ladera. Él escribe. Yo, como mucho, escribo sobre lo que escribe. Y como percibo, además, que se trata de una tendencia, me gustaría poder explicarlo. Solo he leído otro libro de Fresán, y se encuentra también situado en la opción c). Se trata de La velocidad de las cosas. Pero no me refiero solo a la literatura que hace el del irrealismo lógico y la teoría del glaciar, sino que sigue la estela, por ejemplo, Prisión perpetua, de Ricardo Piglia; desde luego, la intertextualidad (o intratextualidad) de Roberto Bolaño, está fuera de discusión, pero parece que no llega a condicionar el género de Llamadas telefónicas o Putas asesinas, pongo por caso; e, incluso, aunque la autonomía de sus partes me parece mayor que la que hallamos en Historia argentina, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, tiene algo de esto, en la dirección en que puede haberlo en Kundera (El libro de los amores ridículos).
Para mí, Historia argentina, es una novela. Una gran novela. Algunos de sus relatos, los primeros, sobre todo, gozan de mayor independencia que otros, pero todos disponen de una interpretación más profunda y armónica si se conciben como parte de la totalidad, allá donde el juego entre vida y ficción se divide en una decena de planos paralelos de diferente entidad, sustancialmente en manos de un narrador principal más o menos implícito, según los casos, o delirantemente explícito en algunos.
Quizá no baste que, como he hecho alguna vez de manera apresurada, se achaque esta fragmentariedad de la novela, este carácter plural o pluriforme del género a la Posmodernidad del zapeo y de internet. Seguro que algo de esto hay de fondo, pero incluso con una concepción del mundo tan estúpida, se pueden sostener extraordinarias creaciones. Para muestra, un botón.
No pienses en una gaviota
De ahí que la única propuesta aceptable consista en el cambio de marco de referencia a partir de los valores de los progresistas, que, a su entender, constituyen los verdaderos valores tradicionales americanos. En muchos casos, son los valores del género humano: la libertad, la pluralidad, la tolerancia, la igualdad, la salud pública y la educación para todos como corolarios de la solidaridad…
Una lectura del libro con la vista puesta en el caso español puede ser esclarecedora de algunas de las estrategias que hemos padecido en los últimos años. Dejando al margen el intento de estereotipación de Zapatero como un “bobo solemne”, hijo de un buenismo idiota, que forma parte de su noción de la madre en los valores de la familia de padre estricto, me preocupa el asunto de la guerra civil cultural, que aquí llamamos más bien crispación política, puede que dentro del marco establecido por el PP, que persigue dicho modelo. Me preocupa porque revive en el discurso del ala más dura el afán de justificar la historia reescribiéndola, para sostener la división de la sociedad, con lo delicado que es el temita en España, por no tratar de que pretende infundir miedo, como tan bien explicó Michael Moore en una de sus pelis, Farenheit 9/11, otro factor que beneficia la activación del patrón conservador de padre estricto en el común de los mortales. Qué mal se vive con miedo. Y estos señores pretender recuperarlo, mantenerlo y potenciarlo.
Mejor haz esto: No pienses en el puño y la rosa durante un minuto. A ver si eres capaz.