miércoles, 2 de septiembre de 2009

Disfraces del Lazarillo


He publicado esto en el número de junio de la revista del insti:



Disfraces del Lazarillo



Las novelas, a veces, se disfrazan: No les queda más remedio. El Lazarillo empleará hasta tres máscaras diferentes para poder ver la luz allá por los años cincuenta del siglo XVI. No se olvide que se trata de una obra peligrosa por hallarse en lucha abierta con el poder establecido, por una parte, y sumamente novedosa por su técnica y por su temática literarias, por otra, de manera que por este procedimiento pretende ser asimilada a géneros y formas conocidos, pasar por lo que no es y ocultar, asimismo, lo que en verdad la constituye, a fin de ser aceptada entre lectores y editores. De que el ardid tuvo éxito es buena prueba su misma publicación.


En primer lugar, se hace pasar por una carta autobiográfica. No se conocían demasiado bien que digamos los procedimientos narrativos en la época en la que surge nuestra obra. A lo mejor convendría recordar que no existía la novela picaresca antes del Lazarillo ni mucho menos la novela, sin apellidos, tal y como la concebimos en nuestros días. La relación en primera persona de la propia vida era un género delicado en extremo: arriesgar una autobiografía en aquellos días no era una broma y apenas había unas pocas, mendaces y fantásticas, que narraran vidas de soldados. El propio Emperador, Carlos V, a la hora de dejar, más que lo dicho, una memoria política, se detiene una y otra vez a justificar su necesidad frente a la posible vanidad de reflejarse en ella como ser humano, intentando exculparse ante Dios y ante los hombres del peor de los pecados, el de soberbia, madre y fuente de todos los demás, como es sabido —no en vano hizo caer a cierto ángel de todos recordado—. Si un personaje tan ilustre encuentra tantos y tales motivos para eludir la responsabilidad de una autobiografía, ¿cómo es posible que el hijo de un ladrón de poca monta y una mujer deshonesta nos presente la historia de su vida, nada menos que con intención moral, cuando el caso que le hace tomar la palabra consiste en un más que probable adulterio de su mujer? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque no es una autobiografía. En otras palabras: Lázaro no escribió el libro, no escribió el Lazarillo
que tenemos en las manos; no es el autor, en definitiva. Pero la adopción de un recurso parecido a la autobiografía, aunque no lo sea, cumple su cometido a la perfección. Podría decirse que se trata del disfraz que ha de adoptar para que el público reconozca el género y apruebe el relato con su lectura.


Por concluir este apartado, desde el mismo punto de vista, si el autor de la obra no es a su vez quien la cuenta, es decir, Lázaro, debemos reconocer que éste tampoco escribió —aunque la carta pública era un género igualmente reconocible con el que se pudo camuflar nuestra novela— una epístola a un destinatario real de más claro linaje, cuyo nombre nos es desconocido, sino a un receptor interno o narratario. El pícaro no pasa de ser, pues, como decimos, un personaje destinado a padecer los sucesos de la historia lectura tras lectura y, desde luego, un narrador, prisionero también en el texto por naturaleza, sin una ventana al mundo empírico, al mundo en el que nosotros respiramos, comemos o bebemos, o en el que hablamos —por lo menos algunos— de este o de aquel libro.


Este disfraz de técnica literaria lleva aparejada una segunda máscara. Al mostrársenos como un escrito original de un tal Lázaro de Tormes, nacido —literalmente— en el río y residente en Toledo en el momento de tomar la pluma, en la frontera entre realidad y ficción que define el empleo de la primera persona narrativa, el texto se decanta justo por la defensa de lo que no es: No se nos aparece como un relato meramente verídico, sino verdadero; no pretende parecer realista, sino real. Y es altamente probable que se tomase por real y por verdadero entre los lectores coétaneos de la obra, índice de que el disfraz dio resultado.


Pero para su publicación todavía debía superar un obstáculo más. Se afirma con frecuencia y con no poca razón que en la época a la que venimos refiriéndonos nos encontramos en un momento de enorme experimentación literaria. No obstante, los libros que pasan por los talleres de imprenta son, en proporción abrumadora, de gusto medieval. Los libreros, aquellos negociantes que no sólo distribuían los libros sino que sufragaban los gastos de la publicación del texto, apostaban sobre seguro y optaban por garantizarse cuando menos la recuperación de los costes por el sencillo expediente de llevar adelante tan solo éxitos comerciales ya probados. Si uno vuelve la vista a los años de publicación de La vida del Lazarillo de Tormes, se puede constatar que entre 1550 y 1554 aparecieron tres ediciones de novelas sentimentales (dos de la Cárcel de amor y otra del Processo de cartas de amores), cuatro traducciones (dos italianas: las novelas cortas de Bandello y, por supuesto, el Decamerón; y dos clásicas: las fábulas esópicas y Teágenes y Cariclea, de Heliodoro), una novela bizantina (Clareo y Florisea), un contrafactum (Libro de cavallería celestial del pie de la rosa fragante), la autobiografía de Diego Núñez de Alba, una obra pastoril (Menina e moça) y la Comedia pródiga. Fuera de esa lista miscelánea, destacan por su presencia mayoritaria los libros de caballerías, que indiscutiblemente miran hacia el pasado sin afán experimental alguno. Entre las fechas dadas, no sólo se publican el Lisuarte, Rogel de Grecia, Lepolemo o el Palmerín, sino que el Amadís se edita en varias ocasiones y, lo que es más importante, abundan en las prensas los relatos caballerescos breves, género al que se ha prestado poca atención, a pesar de aportar el vestido editorial del Lazarillo. Así, Canamor, el Guillermo, Pedro de Portugal, Fernán González u Oliveros, cuya historia se publica hasta en cinco ocasiones, son el modelo del que se vale el autor de nuestra novelita picaresca para pasar al mundo de los libros vivos, de la letra impresa, so pretexto de contar, como ellos, una corta narración anónima de base folclórica y popular y de ceñida ejemplaridad moral —más que discutible en nuestra obrita, aunque se pueda asumir—. Pero el Lazarillo es una isla. Ni tiene antecedentes, ni dejó estela.


Como una golondrina no hace Verano, habrá que esperar hasta final del siglo y albores del siguiente a que un tal Mateo Alemán se fijara en el personaje quinientista y redactara Guzmán de Alfarache, que no sabemos muy bien en qué consiste, mas fundamental e imprescindible en la génesis de la novela moderna, con parada en Cervantes para que podamos hablar del surgimiento de ese género llamado «novela picaresca». Pero esa es otra historia.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Mulholland Drive y el Club Silencio, "solo para locos"

Antes era más gracioso o más listo (o más tonto) cuando escribía. Menos académico, seguro. En septiembre de 2006 dejaba esto en la red:


Mulholland Drive y el Club Silencio, "solo para locos"

Desconcertado todavía por Mulholland Drive. Si alguien la ha entendido, agradeceré que me eche una mano porque no se me ocurren más que explicaciones delirantes, incoherentes como la vida misma. Y en pleno teatro mágico, la zozobra producida por la excepcional interpretación de NW, que me recuerda a la que me provocó SJ en Lost in Translation. Y eso que no me van las rubias.

Si hubiera escrito anoche, bajo la influencia de la mejor película de Val Kilmer (salvo que haya olvidado su participación en el Padrino, que no creo), estaría recordando la etimología de "Hillary" y que el perro de San Roque no tiene rabo, pero Lynch me ha puesto... no sé: metafísico, o sea, atontao.


Hoy añado las pistas que dio el director para desvelar el misterio, siempre dentro de su máximo respeto, qué morro, a cualquier posible interpretación personal, el cierre-espectador, vaya, adaptando a Eco. Probaré otra vez a ver si me entero de algo siguiendo el rastro:

1. - Al inicio de la película, hay dos pistas antes de los créditos.
2. -La lámpara roja.
3. - El título de la película para la que Adam Kesher prueba actrices y reparar en si se menciona de nuevo.
4. - Dónde se produce el accidente.
5. - ¿Quién entrega una llave? ¿Por qué?
6. - Los siguientes objetos: un cenicero, una taza de café y una alfombra.
7. - ¿Qué sucede dentro del club Silencio?
8. - ¿El talento fue lo único que ayudó a Camilla?
9. - Qué ocurre con el hombre que está detrás de "Winkies".
10. - ¿Dónde está la tía Ruth?




Para quienes no se puedan aguantar dejo el sitio Lost on Mulholland drive, donde también hallará las respuestas a esas pistas de Lynch. Verbigracia, la número 10. Queda todo diáfano: O la tía Ruth existe, o no existe. Hale. Y a otra cosa.

P.S. "Solo para locos" viene de Hesse, de su lobo estepario, por supuesto.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Algunos libros más sobre la Segunda Guerra Mundial

Después de muchos años de no leer más que ensayos o libros de los Siglos de Oro, empezar a dar clases me ha permitido seguir otra derrota. Aparte de los libros que ya haya mencionado por aquí (pienso en El niño con el pijama de rayas o Paradero desconocido, que acaba de aparecer), como estoy haciendo una suerte de revisión para poner al día el blog, diré que transcurren durante o tratan de la Segunda Guerra Mundial otras tres novelas que tengo delante: Reencuentro, de Fred Ulhman (1960, 1971; ahora, Tusquets, 2008); El lector, de Bernhard Schilink (1995, hoy en Anagrama, 2009) y Vida y destino de Vasili Grossman (Galaxia Gutemberg).

La primera, novelita de reconciliación, no me parece nada de otro mundo. La segunda, historia de amor cuyo telón de fondo pasa a primer plano al cambiar la condición (profesional) de la mujer implicada, tiene más chicha. En particular, el asuntillo del analfabetismo. No he visto la peli, así que no opino.

Pero la tercera, Vida y destino, es una joya. Sin duda, es la mejor novela realista que he leído, y un libro duro. Como esta valoración depende de lo que haya leído, comentaré solo de pasada que da sopas con honda a su referente máximo, nada menos que Tolstoi. Su tratamiendo de la guerra en la trinchera, su humanismo reflexivo, su compasión (en sentido etimológico) la convierten en una lección sobre la condición humana y sobre la dignidad, eso sin perder de vista otros méritos, como su estudio de la burocracia, esas cadenas de la libertad, nota máxima del Estado comunista, seña de su omnipotencia sobre el individuo; o sobre la responsabilidad de la investigación científica o el descubrimiento --uno entre miles--de algunos rasgos de carácter dominantes en el siglo XX, como, por ejemplo, la sumisión:
Hubo episodios en que se formaron enormes colas en las inmediaciones del lugar de la ejecución y eran las propias víctimas las que regulaban el movimiento de las colas. (p. 261)
Tremendo.

O el hallazgo del desolador escepticismo en que madura precozmente la juventud: "En general, es estúpido creer. Hay que vivir sin creer" --dice una joven, contraponiendo su generación a la de su tía. Y cuando le replican preguntando si esa es la filosofía del teniente con el que mantiene relaciones, responde lo siguiente: "Dentro de tres semanas irá al frente. Ahí está la filosofía: Hoy está vivo, mañana ya no." (pp. 954-955)



La calidad literaria también se mide en la obra de Grossman por la profundidad de sus personajes, la solidez de la trama o su capacidad sorpresiva o conmovedora incluso cuando ya uno no espera más que el anticlímax que lleve dulce y triste a las últimas líneas. No le sobra una palabra, en sus más de mil páginas. Creo que no es poco decir.

La foto es de Arkady Shaiket. Un acierto editorial, la portada.

Por añadir algunos títulos más sobre el tema, recomiendo uno que me gustó mucho hace demasiado como para comentarlo: En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, con la carrera por la bomba como tema y anuncio que un día de estos leeré a Rees (hace años que tengo Auschwitz esperando en la estantería). Por cerrar el asunto, aparte del testimonio de Ana Frank pero hasta cierto punto en la misma línea, contamos con otros dos de primer orden, ambos referidos a su permanencia en campos de concentración: Imre Kertész y Primo Levi. Del primero leí varios libros hace unos años, cuando le otorgaron el Nobel: Yo otro, Kaddish por el hijo no nacido, Sin destino. No me convencieron demasiado. La trilogía de Levi (o eso pensé que era, por la oferta editorial) resulta más emocionante. Empezando por el título de la primera parte. La componen: Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados.

martes, 4 de agosto de 2009

La buena letra


La buena letra
se resume en un gigantesco NO en las narices, es un enorme bofetón en la boca.





Costó, pero no tanto, que mis alumnos entendieran semejante cosa. Ellos habrían hecho una síntesis mucho más larga, más detallada, menos eficaz. Quizá no es libro para su edad. Pero les gustó.

El resto de Chirbes lo dejo para cuando sea capaz de leer las diez primeras páginas de Mediterráneos, que anda por aquí, sin dejar de apreciar el del título del post.

Cartas asesinas


Todo el mundo sabe que la palabra hiere. A veces mata. No hay más que pensar en el pobre Leriano (prota de Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, fecha del descubrimiento), de quien se dice que murió de amores, y en realidad fue por la indigestión que le produjeron las cartas de su amada, cena cuya finalidad de mantener el secreto (es amor cortesano, ya se sabe), lo llevó a la sepultura.

De mayor envergadura, desde luego, es el cruce epistolar entre Max Eisenstein y Martin Schulse en Paradero desconocido (1938), obra de Kressmann Taylor. pseudónimo de Katherine Kressmann. Por la fecha de marras se supondrá que las cartas entre un judío en los Estados Unidos y un alemán en Munich bien bien no pueden terminar, según y cómo. Sin ánimo de desvelar acontecimientos, la evolución de su tono es lo más destacado.

Con la conmemoración de no sé qué aniversario de Onetti, he releído algunos de sus cuentos (las novelas me cuestan más). Entre ellos, "El infierno tan temido". Su contenido, por fortuna, no desmerece el atrevimiento que conlleva el empleo de parte de un verso de uno de los mejores sonetos en castellano de todos los tiempos (No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte), con ese "tan" tan conmovedor. También aquí las cartas, resumidas en las fotografías que encierra el sobre de turno, generan su ritmo, intensificando el daño bien por el grado de explicitud del cuadro o bien, sobre todo, por el destinatario. Su falta de motivación, nunca aclarada en los silencios que acompañan las polaroids, y los matices del desgarro que producen, me parecen su mérito máximo.

Seguro que hay otro centenar de cartas perlocutivas. Basta con estas, por hoy.

Houellebecq, filósofo del sexo


Hace no demasiado leí un reportaje acerca de la extinción de la literatura erótica y pornográfica que alegaba que ya no es necesaria su existencia, cosa de otros tiempos, pues su materia, el objeto natural de esta literatura y, por ende, su finalidad, puede hallarse en cualquier novela de tres al cuarto o de indiscutible talento y profundidad. De ahí el cese de la colección de referencia, La sonrisa vertical, y demás. Quedan, claro es, las rarezas patrocinadas por editoriales menores y casi diría que con destino a los afanosos coleccionistas, como Escritos pornográficos, de Boris Vian, que he leído recientemente. Trae este librillo una conferencia del sujeto en que discute y niega la pertenencia al erotismo de la obra de Sade --pero como él mismo dice, la naturaleza de las conferencias es complicar las cosas-- y habla de multitud de textos que no conozco; contiene también una colección de poemas deleznables, en mi opinión, además de algunas ilustraciones que no son nada de otro mundo. Lo mejor de este escritor es, a mi entender, justamente un relato erótico, "El amor es ciego", una metáfora sobre el deseo que bien podría haber empleado Houellebecq, al menos en la literal plasmación del cuento, haciendo uso de otro vocabulario, eso sin duda. En definitiva, se nos anuncia el fin de los tiempos de Lulú, de Archidona y de Irene. El signo de la hora nos lleva por el sendero de Plataforma y Las partículas elementales, con sus masajes tailandeses y sus locales parisinos de intercambio de parejas.

Esa parece ser una de las lecturas que se hacen de la obra del francés (creo que es francés). De ahí buena parte de las críticas que se formulan contra él, de la consabida alusión a su talante provocador o políticamente poco correcto, etcétera. No niego que esa es la superficie, pero me suscita reflexiones de fondo sobre la civilización occidental en su conjunto a partir del factor primordial, el sexo, donde se generan las mayores tensiones entre naturaleza y cultura, desde luego. A veces, decir las cosas con claridad ayuda a verlas con claridad. despojar d
e algunos componentes accesorios lo esencial, permite acceder a lo esencial de manera más directa. Ni siquiera creo que sea original en su planteamiento o en su propuesta. Por ejemplo: toda su teoría sobre la seducción, desperdigada entre Las partículas elementales y Plataforma, quizá más consistente en esta última, se resume en este pensamiento al desgaire de Pepe Carvalho:
Si quería ligar debía ir por las buenas a un cuerpo de alquiler o a una larga escaramuza verbal de dudoso resultado. Le fastidiaba todo el ceremonial previo, toda la etapa de persuasión. Este tipo de comunicación debiera ser automático. Un hombre mira a una mujer y la mujer dice sí o no. Y a la inversa. Todo lo demás es cultura.

O silencio, le falta decir. Para los curiosos, es la página 98 de Tatuaje, de Vázquez Montalbán, en la edición que regala el periódico El Público. No dejéis de leer El estrangulador, que se entrega, me parece, el primer domingo del mes de septiembre. Se trata d
e una de mis novelas favoritas, auténtico testamento en vida del autor, plagado de humor y de la inteligencia y el buen hacer de un autor seguramente infravalorado en lo literario, puede que por cuestiones ideológicas.

Deseo y seducción, soledad, el amor como entrega, siempre frustrado, la prisión del cuerpo y la falta incluso del anhelo de trascender, o sus derivaciones definen nuestro vacío, describen nuestra sociedad, de la que los personajes procuran huir pero
siempre les es negada esta posibilidad y tras el enfrentamiento, queda, lo más, el psiquiátrico o la muerte, como en Fortunata y Jacinta, ya sea esta voluntaria o accidental. No hay más salidas. Quien no se adapta a la sociedad, sufre esas condenas. Pero ser consciente implica el reconocimiento de la necesidad de fuga, de minimizar los males, cuando menos. Mi lectura va por ahí: El amor serviría hasta para algunos de estos personajes, no todos, como una especie de engañabobos en un paraje descarnado, pero no existe. Y de existir, como excepción, será desde luego efímero, trágico o nos estará vedado, luego es peligroso incluso buscarlo y mucho mejor aceptar la insatisfacción que nos produce cuanto nos rodea y tratar de vivir tranquilo, aunque sin alegría, como Annabelle (Las partículas elementales, Anagrama, pp.235-236).

Por supuesto, NO SON NOVELAS PORNOGRÁFICAS, ni siquiera eróticas.
Son novelas filosóficas, una idea novelada. Lo que en tiempos se llamaba novela de tesis. La tesis es la infelicidad a que la sociedad condena a los individuos. La de siempre, vaya. No sé si he dejado claro el nexo de este señor con la novela realista del XIX, pero vamos, bien podrían pasar por una actualización de Galdós las obras que he citado.

Y vale.




domingo, 7 de junio de 2009

Dear Mr. President

Aunque la memoria sea la casa del olvido, aquí dejo la segunda canción de Pink que me ha gustado de verdad, in memoriam: