Ha muerto Delibes. He puesto a los niños de primero de la ESO como lectura El camino. Ya lo hice el año pasado. Cuando la releí, me pareció que en algunos aspectos podía resultar un tanto rancia pero, sorprendentemente, a los chicos les sigue gustando, en general, imagino que porque conserva ciertos valores imperecederos, como la amistad.
He hablado de otro camino en este blog, el de Fesser. Ya entonces quise sugerir, aunque me fui por los cerros de Úbeda, las concomitancias entre la escena final de la película y el episodio del pajarillo en el libro que ahora recomiendo. En ambos casos, el engaño a los ojos, recurso tan querido en nuestra literatura áurea, es interpretado como intervención divina. Como milagro, en roman paladino. Pero milagro inexistente. No seré yo el exégeta de los modos o intenciones de cada cual.
Creo que cualquiera que eche una ojeada al blog sabe sin género de duda, que no estoy a la última, precisamente. Me da igual. No sé si porque siempre he sido un poco viejo pues nunca me he/han considerado un outsider, signifique eso lo que signifique, ni tampoco he vivido como un eremita, o eso creo.
Skunk Anansie es un grupo tremendo. Era, en realidad, porque se separaron en 2001. Encontré el CD cuando después de que me abrieran el coche y me robaran otros treinta que allí tenía, tuve que bajar algo de música. No he parado de oírlos otra vez desde entonces. La voz de Skin (alias de Deborah Dyer, esa impresionante mujer negra), me conmueve. Eso del terciopelo de la voz, aplicado a ella, tiene algún sentido. Más, sobre todo, cuando la envuelve la dureza de los instrumentos, siempre la justa.
El grupo ha sacado nuevo trabajo. Se trata de un recopilatorio de grandes éxitos del que no habría tenido noticia sin internet. Es obvio que no es un grupo para los 40 principales o Kiss FM. Espero que su presentación les lleve a una larga gira.
Dejo aquí dos muestras de youtube. La primera, es una de mis canciones preferidas. De las diez o doce, digo. Y también un consejo: eludid la versión en directo con Pavarotti.
"You'll Follow Me Down"
SURVIVED, TONIGHT I MAY BE GOING DOWN COS EVERYTHING GOES ROUND TOO TIGHT, TONIGHT AND AS YOU WATCH ME CRAWL YOU STAND FOR MORE
AND YOUR PANIC STRICKEN BLOOD WILL THICKEN UP, TONIGHT
COS I DON'T WANT YOU TO FORGIVE ME YOU'LL FOLLOW ME DOWN YOU'LL FOLLOW ME DOWN YOU'LL FOLLOW ME DOWN
SURVIVE, TONIGHT I SEE YOUR HEAD'S EXPOSED SO WE SHALL KILL CONSTRUCTIVE MIGHT S'RIGHT AS YOUR EMOTIONS FOOL YOU MY STRONG WILL RULE
I WON'T FEEL RESTRAINT WATCHING YOU CLOSE SENSE DOWN I CAN'T COMPENSATE THAT'S MORE THAN I'VE GOT TO GIVE
Seeping through my open seams Im stained all over
You pretend weve started again Waiting for me to say when But I say purple
[Chorus] She wont go Where I I would go for you Id curse my heart For you
Silence makes a girl talk fast Speeding but Im gonna crash And burn for loves sake
Duty keeps a lover loyal (But) is it really worth the spoils When I dream purple
Sé que las fotos que aparecen en el blog cuando no acompañan sin más a un texto sino que son las protagonistas, difícilmente pueden dejar indiferente a nadie. Si es correcta la información de Juan José Millás, han concedido a Gervasio Sánchez el Premio Nacional de Fotografía de este año. Su foto más conocida, como propone el articulista, debe leerse como cualquier texto, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. La plácida estampa que discurre en las primeras líneas topa con la desgarradora presencia de lo insólito, por cruel. Y a pesar de todo, la vida sigue, la mirada vuelve de nuevo a los rostros: al del niño que duerme al cobijo de su madre, apacible como no debiera haber dejado de serlo ni por un instante.
Con esta foto obtuvo con anterioridad otro premio, el Ortega y Gasset de Fotografía. Aunque corre por internet, no está de más dejar aquí el discurso que el fotógrafo pronunció al aceptarlo el 7 de mayo de 2008. En el acto estaban presentes la Vicepresidenta del Gobierno, varias ministras y ministros, exministros del Partido Popular, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, el Alcalde de Madrid, el Presidente del Senado y centenares de personas.
Estimados miembros del jurado, señoras y señores: Es para mí un gran honor recibir el Premio Ortega y Gasset de Fotografía convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciáticas de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo. …. Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena Ser por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis historias, tantas veces seres humanos extraviados en los desaguaderos de la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar. No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS y a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme sin fisuras en los últimos doce años y permitir que el proyecto Vidas Minadas al que pertenece la fotografía premiada tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas. Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años. Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad. Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad. Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi. Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado. Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas. Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos. Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte. Muchas gracias.
Revisando mis apuntes de la carrera para el bonito tema de Semántica de las oposiciones, encontré un pequeño trabajo que improvisé para Violeta Demonte en una de las asignaturas que, por entonces, impartía en la UAM. Versaba sobre una duda que manifestó en clase y que quise responder. Veréis qué (e)lucubración absurda. Quede aquí, con Dios.
"Acerca de barrendero"
La dificultad de segmentación que presenta el término "barrendero" no ofrece lugar a dudas. No existe en castellano una presunta raíz *barrend-. Si consultamos el DRAE, hallaremos barrer, barredero, barredura,barredor e, inexplicablemente, barrendero.
La existencia de la secuencia -nd-, hace pensar en la eventual procedencia de la voz de un participio de futuro pasivo, lo cual introduce la dificultad de explicar el cambio semántico acaecido, así como su independencia de la raíz primigenia que parece haber dado amparo a los restantes términos de su familia.
Por otra parte, la tendencia de la nasal hacia la síncopa, en el caso de admitir que la totalidad de estas palabras tienen origen en el participio referido, no parece tan acentuada (salvo en algunos casos, como el prefijo trans-) como su inclinación a la epéntesis. La nasal, en efecto, puede cambiar (rencilla > reñir; cfr. Varela, 1996), pero no suele perderse, sino todo lo contrario, como puede observarse en los siguientes ejemplos (tomados de notas personales en cursos de Ramón Lodares, RIP): MATTIANA > manzana MACULA > mancha La inserción de la nasal podría deberse en estos casos a un fenómeno de asimilación progresiva y refuerzo consonántico.
Volvamos al principio: Barrer procede del latín: VERRERE (la segunda E, breve, aunque no puedo marcarlo) > barrer (con el cambio disimilativo de la primera vocal). Sería lógico suponer que para el profesional encargado de realizar esta actividad, en el momento en que surge la necesidad de creación lingüística, se gestara una formación como: Barrer > *Barrero (cfr. profesional dedicado a barrer). No obstante, tal derivación colisiona con la palabra barrero (i.e. "alfarero"), que se debe desenvolver en contextos sintácticos idénticos a los de la mala formación anterior. Ello da lugar a la interposición de una dental, suerte de interfijo, como rasgo fonológico pertinente para la distinción de ambos derivados, suscitando un caso análogo al de panadera <> Barre(d)ero
Con todo, la distinción no resulta suficiente por la debilidad de la dental sonora intervocálica (fricativa en la pronunciación relajada), por su tendencia a caer. No hay más que observar la pronunciación de los participios en nuestros días. No es óbice, sin embargo, para la existencia de barredero, pues su categoría gramatical es distinta, motivo por el que no entra en conflicto.
Así pues, la necesidad de la lengua de un término adecuado para designar la profesión del que barre, pervive. No resulta suficiente barredor, que se refiere a cualquier persona que realice la actividad de barrer y que pertenece, asimismo, a la categoría de adjetivo. Para solucionar la cuestión diferenciando netamente los dos vocablos en disputa, se produce una epéntesis de nasal. No es una banalidad que se trate justamente de este sonido. En la secuencia fónica, la nasal que precede a la dental sonora (fricativa entre vocales) oclusiviza a esta última. Así se obtiene una formación más estable, capaz de distinguirse nítidamente de barrero, respondiendo a las necesidades expresivas consignadas.
En conclusión, el término barrendero procede, conforme a esta hipótesis, por derivación de barrer, a través de dos epéntesis sucesivas que refuerzan, consonánticamente, una distinción pertinente desde el punto de vista fonológico.
Es imposible decir nada sensato de todos los libros de los que tenía pensado escribir. Por fortuna, tengo mala memoria, lo cual me permite ver dos veces la misma película sin saber cómo termina y también disfrutar dos veces de la misma novela en un estado de virginal atención. Resulta, desde luego, mucho menos positivo a la hora de ejercer de crítico o de contertulio. Un día de estos, por cierto, recordadme que trate del término "tertuliano", que parece nombre de emperador romano. Adriano, Tertuliano...
Sin más dilación: Dejé escrito un comentario justo pero incompleto de la colección de cuentos de Piglia, quizá el mejor escritor vivo en lengua castellana, titulada La invasión. Desde entonces, he querido corregir esa opinión con la más acorde a lo que pienso: Desde el relato "Mata-Hari 55", el libro gana mucho. Lamentablemente, no puedo por virtud de la memoria, hacer referencia a cada uno de los cuentos que lo siguen. Recomiendo su lectura, en todo caso.
Un compañero y amigo me sugirió tres lecturas. De ellas, dos me han defraudado, dentro de un orden, y la tercera ha colmado y superado cualquier expectativa. Hablaré aquí de las dos primeras: Se trata de El maestro y margarita, de Mijaíl Bulgákov y de La línea negra, de Jean-Christophe Grange. Este último es autor de Los ríos de color púrpura, acción de la que vi la peli y me gustó, con una buena interpretación de Jean Reno. Por lo visto, se ocupó incluso del guión. La historia de Reverdi, que tiene tintes cinematográficos, qué duda cabe, es poco más que una curiosa novela negra. He leído tantas de niño que difícilmente me sorprenden y le vi el plumero, pero se lee bien. La primera se me presentó como una disparatada aventura de un demonio juguetón, y eso es. No me hizo demasiada gracia, a pesar de que la avalara también la muchacha de la librería donde la compré. En fin, puede que se trate de un defecto congénito de tantos que tengo.
Después de una lucha a brazo partido con las operadoras, he logrado una conexión a internet en mi nuevo domicilio. Debo pedir disculpas a los dos o quizá tres seguidores habituales o esporádicos del blog, hasta puede que haya quien me echara de menos. Prometo ponerme al día y escribir un post semanal o cosa así. Es año de oposiciones, de manera que leo menos por afición y gusto y más por obligación. Sin duda, se notará en el blog. Incluso en el tono. Espero que jugarme el puesto no me inquiete tanto como para resultar un plomo. Hale, empezamos.
He publicado esto en el número de junio de la revista del insti:
Disfraces del Lazarillo
Las novelas, a veces, se disfrazan: No les queda más remedio. El Lazarillo empleará hasta tres máscaras diferentes para poder ver la luz allá por los años cincuenta del siglo XVI. No se olvide que se trata de una obra peligrosa por hallarse en lucha abierta con el poder establecido, por una parte, y sumamente novedosa por su técnica y por su temática literarias, por otra, de manera que por este procedimiento pretende ser asimilada a géneros y formas conocidos, pasar por lo que no es y ocultar, asimismo, lo que en verdad la constituye, a fin de ser aceptada entre lectores y editores. De que el ardid tuvo éxito es buena prueba su misma publicación.
En primer lugar, se hace pasar por una carta autobiográfica. No se conocían demasiado bien que digamos los procedimientos narrativos en la época en la que surge nuestra obra. A lo mejor convendría recordar que no existía la novela picaresca antes del Lazarillo ni mucho menos la novela, sin apellidos, tal y como la concebimos en nuestros días. La relación en primera persona de la propia vida era un género delicado en extremo: arriesgar una autobiografía en aquellos días no era una broma y apenas había unas pocas, mendaces y fantásticas, que narraran vidas de soldados. El propio Emperador, Carlos V, a la hora de dejar, más que lo dicho, una memoria política, se detiene una y otra vez a justificar su necesidad frente a la posible vanidad de reflejarse en ella como ser humano, intentando exculparse ante Dios y ante los hombres del peor de los pecados, el de soberbia, madre y fuente de todos los demás, como es sabido —no en vano hizo caer a cierto ángel de todos recordado—. Si un personaje tan ilustre encuentra tantos y tales motivos para eludir la responsabilidad de una autobiografía, ¿cómo es posible que el hijo de un ladrón de poca monta y una mujer deshonesta nos presente la historia de su vida, nada menos que con intención moral, cuando el caso que le hace tomar la palabra consiste en un más que probable adulterio de su mujer? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque no es una autobiografía. En otras palabras: Lázaro no escribió el libro, no escribió el Lazarillo que tenemos en las manos; no es el autor, en definitiva. Pero la adopción de un recurso parecido a la autobiografía, aunque no lo sea, cumple su cometido a la perfección. Podría decirse que se trata del disfraz que ha de adoptar para que el público reconozca el género y apruebe el relato con su lectura.
Por concluir este apartado, desde el mismo punto de vista, si el autor de la obra no es a su vez quien la cuenta, es decir, Lázaro, debemos reconocer que éste tampoco escribió —aunque la carta pública era un género igualmente reconocible con el que se pudo camuflar nuestra novela— una epístola a un destinatario real de más claro linaje, cuyo nombre nos es desconocido, sino a un receptor interno o narratario. El pícaro no pasa de ser, pues, como decimos, un personaje destinado a padecer los sucesos de la historia lectura tras lectura y, desde luego, un narrador, prisionero también en el texto por naturaleza, sin una ventana al mundo empírico, al mundo en el que nosotros respiramos, comemos o bebemos, o en el que hablamos —por lo menos algunos— de este o de aquel libro.
Este disfraz de técnica literaria lleva aparejada una segunda máscara. Al mostrársenos como un escrito original de un tal Lázaro de Tormes, nacido —literalmente— en el río y residente en Toledo en el momento de tomar la pluma, en la frontera entre realidad y ficción que define el empleo de la primera persona narrativa, el texto se decanta justo por la defensa de lo que no es: No se nos aparece como un relato meramente verídico, sino verdadero; no pretende parecer realista, sino real. Y es altamente probable que se tomase por real y por verdadero entre los lectores coétaneos de la obra, índice de que el disfraz dio resultado.
Pero para su publicación todavía debía superar un obstáculo más. Se afirma con frecuencia y con no poca razón que en la época a la que venimos refiriéndonos nos encontramos en un momento de enorme experimentación literaria. No obstante, los libros que pasan por los talleres de imprenta son, en proporción abrumadora, de gusto medieval. Los libreros, aquellos negociantes que no sólo distribuían los libros sino que sufragaban los gastos de la publicación del texto, apostaban sobre seguro y optaban por garantizarse cuando menos la recuperación de los costes por el sencillo expediente de llevar adelante tan solo éxitos comerciales ya probados. Si uno vuelve la vista a los años de publicación de La vida del Lazarillo de Tormes, se puede constatar que entre 1550 y 1554 aparecieron tres ediciones de novelas sentimentales (dos de la Cárcel de amor y otra del Processo de cartas de amores), cuatro traducciones (dos italianas: las novelas cortas de Bandello y, por supuesto, el Decamerón; y dos clásicas: las fábulas esópicas y Teágenes y Cariclea, de Heliodoro), una novela bizantina (Clareo y Florisea), un contrafactum (Libro de cavallería celestial del pie de la rosa fragante), la autobiografía de Diego Núñez de Alba, una obra pastoril (Menina e moça) y la Comedia pródiga. Fuera de esa lista miscelánea, destacan por su presencia mayoritaria los libros de caballerías, que indiscutiblemente miran hacia el pasado sin afán experimental alguno. Entre las fechas dadas, no sólo se publican el Lisuarte, Rogel de Grecia, Lepolemo o el Palmerín, sino que el Amadís se edita en varias ocasiones y, lo que es más importante, abundan en las prensas los relatos caballerescos breves, género al que se ha prestado poca atención, a pesar de aportar el vestido editorial del Lazarillo. Así, Canamor, el Guillermo, Pedro de Portugal, Fernán González u Oliveros, cuya historia se publica hasta en cinco ocasiones, son el modelo del que se vale el autor de nuestra novelita picaresca para pasar al mundo de los libros vivos, de la letra impresa, so pretexto de contar, como ellos, una corta narración anónima de base folclórica y popular y de ceñida ejemplaridad moral —más que discutible en nuestra obrita, aunque se pueda asumir—. Pero el Lazarillo es una isla. Ni tiene antecedentes, ni dejó estela.
Como una golondrina no hace Verano, habrá que esperar hasta final del siglo y albores del siguiente a que un tal Mateo Alemán se fijara en el personaje quinientista y redactara Guzmán de Alfarache, que no sabemos muy bien en qué consiste, mas fundamental e imprescindible en la génesis de la novela moderna, con parada en Cervantes para que podamos hablar del surgimiento de ese género llamado «novela picaresca». Pero esa es otra historia.
Han caído los dos cual soldados fulminados al suelo y ahora están atrapados los dos en la misma prisión; vigilados por el ojo incansable del deseo voraz sometidos a una insoportable tensión de silencio.
Han caído los dos bajo el punto de vista exclusivo iniciando una guerra en que nadie pudo vencer jamás; ella sabe lo que el hombre espera sin haberlo aprendido y él encuentra un sentido al enigma que no le dejaba existir.
Antes eran dos barcos sin rumbo, hoy son dos marionetas que van persiguiendo una luz cegadora por la línea del tiempo. Han caído los dos en la boca de un dios tenebroso que sonríe mostrando sus dientes de acero.
Han caído los dos cual soldados fulminados al suelo y ahora están atrapados los dos en la misma prisión; vigilados por el ojo incansable del deseo voraz sometidos a una insoportable tensión de silencio.