martes, 19 de mayo de 2009

El viaje en Metro o la importancia de la elocución

Hace un par de años, mi nunca suficientemente encarecido Ricardo Piglia impartió un curso sobre el relato breve asociado a otro de doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre otros muchos aspectos de interés a la hora de escribir un cuento, advirtió de la necesidad de que los personajes hablasen como son, una obviedad que, en pocas palabras implica que un boxeador emplee el léxico pugilístico o un joyero, el de su gremio. En un relato de La invasión, una colección que está pasando por mí sin pena ni gloria, dice el narrador de Piglia:

"El Chino había laminado el metal hasta convertirlo en una hoja transparente, luego tejió un tul para sostener el engarce y empezó a facetar el diamante. Trabajaba la piedra sobre una tulipa de acero con un esmeril de dos milímetros. Se ajustó el cono de porcelana de la lupa en el ojo izquierdo u prendió la luz fija. un rayo blanco iluminaba un punto preciso de la piedra sin provocar reflejos. Parecía un minero trabajando en la galería subterránea de un universo en miniatura. Tallar es algo que se hace casi sin ver, guiándose por el instinto, buscando la rosa microscópica en el borde de la piedra, el pulso liviano y suave. De vez en cuando levantaba la cara y miraba el diagrama del anillo dibujado con compás sobre un papel canson. después bajaba la vista y volvía a tallar el diamante dejando que el filo helado de la sierra recorriera los bordes invisibles. Con la alcucita pico de loro humedecía el surco con una llovizna de aceite de oliva mezclado con polvo de diamante".

A mí no me cabe duda de que el Chino es un joyero. Y es, desde luego, la precisión léxica lo que me aporta esa certeza.

Sin embargo, no todos los escritores son tan afortunados en su selección del vocablo atinado. En una novela deplorable, Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite, que no debe de haber frecuentado el Metro de Madrid, narra un viajecito suburbano de su consabida protagonista (mujer, cuarenta años, crisis de identidad), donde escucha una locución grabada que anuncia: "Próxima parada, nosécuál. Trasbordo con líneas esta y la otra". "Trasbordo" es el término, en efecto, con que se conoce el paso de una línea a otra, el cambio de tren, en el ámbito coloquial, al menos en España, al menos en Madrid. No obstante, los delicados oídos de esa pseudopija que conduce el relato de la autora oyen campanas, pero nunca "trasbordo" puesto que la locución, en un intento ignoro si de pulcritud lingüística o de finura, presenta otro tenor: "Próxima estación: Bilbao. Correspondencia con línea uno". Un detalle como este... a mí me quita las ganas de seguir leyendo y uno añora una de tantas excentricidades de Paco Umbral, que hacía dormir el sueño de los justos en el fondo de su piscina a cuanto libro funesto cruzase por su mirada.